A
unque Osama Bin Laden es un producto netamente estadunidense, el ataque del 11 de septiembre sirvió para hacer girar las armas contra Irak… pero también contra los derechos de los ciudadanos de Estados Unidos.
Gracias a la “guerra contra el terrorismo”, la presidencia de ese país pasó de la ineptitud a la arrogancia; del cuestionamiento a los poderes excepcionales. Todo el Congreso se subordinó a las prioridades militares fijadas en la declaración de guerra de George W. Bush, quien, surgido del fraude en Florida, se convirtió junto con Rudolph Giuliani en el símbolo de la defensa patriótica y los valores occidentales. Bush pasó del discurso defensivo al ofensivo, a la guerra del bien contra el mal, y si no estabas con ellos estabas contra ellos.
Derivado de esto, los medios fueron censurados y autocensurados; la crítica fue reglamentada y declarada complicidad con el enemigo: la mediocridad tomó el poder en el mundo. El arte, el cine, la cultura, todo fue afectado. Las alertas, las amenazas de virus, ataques con ántrax, muros en la frontera sur, resurgimiento del racismo y poderes extraordinarios de las policías para espiar, allanar domicilios y torturar se legitimaron. Del miedo infundido surgió el patriotismo para movilizar la industria de la guerra y hacer de los más pobres, los indocumentados, maras y pandilleros de los suburbios, una nueva versión de los soldados mercenarios a cambio de obtener estatus de ciudadanía y pensiones. Mientras se negaba y restringía el acceso a la seguridad social, el ejército ofrecía todo a los soldados de la fortuna.
George W. Bush dijo al mundo que su objetivo era detener a Saddam Hussein y liberar a Irak de su dictador. El resultado significó en la realidad la destrucción del país; no encontraron las armas atómicas ni biológicas que sirvieron de justificación para la invasión, y sí bombardearon pueblos y ciudades; deshicieron su economía, y en uno de los pocos estados laicos, donde convivían en su parlamento chiítas, sunitas y kurdos, se fomentó de nuevo el odio separatista y religioso. Mediante una misión policiaca para detener a uno se usaron recursos de guerra contra todos los iraquíes.
La invasión a Irak dejó de preocuparnos al resto del mundo, pues fueron prohibidas las imágenes cruentas para evitar otro Vietnam, dados los efectos del napalm y el comportamiento de los soldados estadunidenses.
La “guerra contra el terrorismo” tomó como rehén a un país con petróleo, porque los objetivos no eran la seguridad de nadie, sino la defensa de los grandes intereses económicos de los países participantes en la rapiña.
El asunto no se ha terminado, porque siguen tirando bombas y torturando en Guantánamo (leer los testimonios recientes sobre “Anita”); la diferencia es que ahora han vuelto la vista al sur, donde hay condiciones de exportar la guerra y llevarla a Colombia, Venezuela o Cuba.
México es también un mercado de guerra y el flujo de armas no cesa. La “guerra contra el crimen” con su violencia gradual, planificada, de intensidad crónica, expande su economía y contrae la nuestra. La violencia en espiral y sin explicaciones destruye la unión federal y el que era nuestro próspero norte ahora se remata. ¿Quién lo está comprando? ¿Qué mejor muro que la violencia en la frontera sur? ¿Qué mejor justificación para criminalizar a los indocumentados?
Una vez desestabilizada la población rural por el abandono, las opciones para miles de jóvenes campesinos es la migración o el sicariato. En tres años, miles de mexicanos han matado a otros miles y eso deja una huella profunda entre gobierno y sociedad, en cada pueblo, barrio y regiones enteras, que será difícil cerrar en años. ¿Quién declarará el final de la guerra? ¿Cuando acabe el narcotráfico?
Por otro lado, el modelo Bush es excelente para contener y desarticular todo ascenso de masas por libertades democráticas y derechos. La “guerra contra el crimen organizado” ha metido en cintura al Poder Legislativo, al Judicial, al Ejército, a las empresas telefónicas, a los medios de comunicación, a las minorías y mayorías, a las fuerzas vivas, al empresariado, a los sindicatos.
La guerra gubernamental se ha convertido ya en una ofensiva contra las libertades ciudadanas y no hay oposición coherente contra este proceso en marcha. No hay buenos y malos, sólo fuego cruzado y una sociedad civil que busca refugiarse en la neutralidad. La histeria y el miedo van en ascenso; es encontrarnos con un país violento, lleno de retenes, y mientras los marinos andan en tierra, el país se ahoga cancelando sus demandas por libertades, derechos, reformas sociales y economía justa.
Los medios ya no reportan luchas sociales, sino forman en cada mexicano un policía que investiga quién es el asesino. Son clases masivas, didácticas y mediáticas mientras se va controlando el derecho a la radio y televisión comunitarias, al uso de la Internet y la telefonía celular.
La guerra gubernamental es fundamentalmente contra las aspiraciones de transformación del pueblo mexicano.
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