Obama and the New Nuclear Politics

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Obama y la nueva política nuclear

Es inequívoca la señal enviada por la comunidad internacional sobre el control y la reducción de los arsenales.

En las últimas semanas, después de haber obtenido un triunfo político vigorizante que realmente necesitaba, al lograr reformular el sistema de salud de los Estados Unidos, el presidente Barack Obama ha dado pasos concretos en relación con la delicada proliferación nuclear en un año signado, en lo doméstico, por las elecciones de medio término de noviembre próximo, que prometen ser más reñidas de lo que se suponía.

Primero acordó con la Federación Rusa un nuevo acuerdo bilateral que sucede al Tratado de Reducción de Armas Estratégicas de 1991. Acordó con su par Dimitri Medvedev un nuevo “techo” de 1550 armas nucleares en cada país.

Esto es una reducción significativa, del orden del 30 por ciento, en el límite que se había establecido en 2002, en el Tratado de Moscú. A su vez, los misiles, submarinos y bombarderos capaces de transportar y lanzar bombas nucleares no podrán exceder de 700 en cada caso. Es menos de la mitad de lo acordado en 1991.

La señal enviada a la comunidad internacional es positiva. Y rompe con la sensación de inmovilismo o inercia que flotaba sobre esta cuestión. El nuevo acuerdo restablece las inspecciones regulares recíprocas, que se habían suspendido en diciembre pasado.

En forma casi simultánea, Obama anunció la modificación de la doctrina nuclear de su país. Se compromete a no usar ni amenazar con armas nucleares a Estados que no posean ese tipo de armas.

De todos modos, los Estados Unidos se reservan el derecho de ajustar su nueva doctrina. Se reservan, en consecuencia, el derecho de usar armas nucleares contra aquellas potencias que recurran a ellas o a las armas químicas o biológicas.

También debe suponerse que podría recurrirse a las armas nucleares contra actores “no estatales”, como las organizaciones terroristas, o contra Estados que hayan decidido no formar parte del Tratado de No Proliferación, como Corea del Norte, Irán o Siria.

Frente a esta nueva realidad, Rusia y China han acordado conversar sobre la posible imposición de sanciones inteligentes contra Irán, materia en la que hasta ahora no ha existido acuerdo entre ellas.

Otro componente importante de la renovación de la política nuclear norteamericana es la reciente “cumbre nuclear” en Washington, a la que concurrieron 47 jefes de Estado. Fue la reunión más importante de líderes mundiales realizada en los Estados Unidos, más allá de las Naciones Unidas, desde 1945.

El objetivo pretendido es múltiple. Primero, tratar de detener una acelerada carrera en la que participan varios Estados que procuran ser potencias nucleares.

En segundo lugar, concientizar a todos los Estados acerca del enorme riesgo de que, de pronto, las armas nucleares lleguen a manos de terroristas.

En tercer término, asegurar que los elementos que se requieren para la fabricación de armas nucleares, plutonio o uranio enriquecido, estén siempre bien identificados y guardados en lugares que sean seguros.

Por último, dar el impulso necesario para que la próxima renegociación del Tratado de No Proliferación no sea un fracaso. Si esto se cumple, el mundo estará apostando más a la cooperación que a la confrontación, y esto es una buena noticia.

La Argentina tiene ahora la oportunidad de confirmar su buena imagen y mantener su respetada conducta de las últimas décadas en este particular capítulo de la energía nuclear.

Por ello, cuando la nueva reunión sobre esta cuestión tenga lugar, dentro de dos años, en Seúl, deberá haber sido impecable el trabajo realizado y, a su vez, deberán haberse cumplido los compromisos asumidos.

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