De una revolución del sistema de salud pública a la revolución espacial camino de Marte.
Esta fue la conclusión de la aparición del presidente de los Estados Unidos, Barack Obama, el pasado 15 de abril en el Centro Espacial Kennedy del Cabo Cañaveral en la que manifestó su visión de la política espacial de EEUU y su futuro en otros planetas.
La nueva óptica del mandatario estadounidense ha provocado una división en la comunidad científica de EEUU. Los defensores de la continuación del programa lunar ya han protestado ante lo que ellos creen que es una cesión del liderazgo en este terreno a Rusia, China e incluso a la India. Los partidarios de los planes presidenciales rebaten este argumento, afirmando que los críticos no alcanzan a abarcar lo ambicioso y grandioso del proyecto.
Entre para quienes la estrechez de miras no es lo suficientemente amplia, están veintisiete de las personas más famosas de la comunidad espacial estadounidense, incluidos tres pesos pesados de las misiones Apolo: el legendario Neil Armstrong, el primer hombre sobre la Luna, Gene Cernan, el último hombre que ha estado en nuestro satélite, y Jim Lovell, el comandante del tristemente famoso Apolo 13.
Los veteranos astronautas dirigieron una carta abierta a Barack Obama poniendo en tela de juicio su nueva doctrina espacial. Según ellos, los cambios previstos darían como resultado una total dependencia de Rusia en algunos aspectos del programa espacial.
Por ejemplo, durante cinco años, los astronautas de la NASA se verían obligados a desplazarse a la Estación Espacial Internacional en naves Soyuz rusas ante la falta de unas propias. Por otra parte advierten que la cancelación de misiones tripuladas a la Luna resultaría devastadora y que esta decisión lleva al país a “un largo descenso hacia la mediocridad”.
Sin embargo, el desarrollo del nuevo programa espacial de Obama se explica por una crisis presupuestaria y la imposibilidad de destinar para estos menesteres los mismos recursos que en los años 90, y mucho menos que en la década de los 70, cuando EEUU destinaba un 4% ó 5% de su presupuesto para la exploración del espacio. En el caso de que se hubiera mantenido el mismo nivel de gastos, hoy la NASA habría recibido unos US$190.000 millones del presupuesto federal para el 2011 (US$3,8 billones), a diferencia de los US$20.000 millones destinados actualmente.
Los principales puntos del programa de Barack Obama son los siguientes:
Diseño de una nueva tecnología con cohetes propulsores más avanzados y potentes, que dé prioridad a la robotización de los vuelos y a las misiones no tripuladas. Las misiones tripuladas continuarán existiendo, mientras que la exploración de la Luna pasará a ser secundaria.
Desarrollo de un cohete superpesado en los próximos cinco años. Esto permitirá ampliar los márgenes de la exploración espacial. Los planes sitúan el posarse por primera vez en un asteroide en 2025 y, aproximadamente en 2035, alcanzar la órbita marciana.
Durante los próximos cinco años, la NASA trasladará a sus astronautas a la Estación Espacial Internacional utilizando los servicios de otras agencias espaciales.
En septiembre u octubre de este año 2010, dejarán definitivamente de utilizarse los transbordadores espaciales “Space Shuttle”.
La vida útil de la Estación Espacial Internacional, que estaba inicialmente contemplada hasta el 2016, se prolongará hasta el 2020.
En 1961, John F. Kennedy anunció que EEUU sería el primer país en pisar la Luna. Así fue y, desde entonces, doce ciudadanos de este país han visitado el satélite. George W. Bush, en su obsesión de emular a los éxitos en este campo de su famoso predecesor, se propuso volver a la Luna costara lo que costara y para ello creó el programa Constellation.
Sin embargo, el pasado mes de febrero, Obama canceló este programa lunar tripulado con un presupuesto total de 108.000 millones de dólares, y en el que ya se habían gastado unos US$10.000 millones. La costosa cápsula Orion sería readaptada para el trabajo con la Estación Espacial Internacional en forma de módulo de traslado y rescate de los astronautas a bordo de la Estación Espacial Internacional para reducir así la dependencia de las naves rusas Soyuz.
Durante los próximos cinco años, la NASA recibirá un aumento presupuestario de US$6.000 millones que se destinará a empresas privadas al objeto de cofinanciar el diseño de nuevas naves para transportar a los astronautas a la Estación Espacial Internacional. Una de ellas es la corporación privada SpaceX, fundada por Elon Musk. Se prevé que el lanzamiento de prueba del cohete portador no tripulado Falcon 9 se efectuará el próximo mayo desde Cabo Cañaveral. Musk prometió a la NASA que no cobrará más de 20 millones de dólares por el traslado de un astronauta. Según Washington afirma, un pasaje de la nave rusa Soyuz cuesta US$56 millones.
En el marco del programa Constellation de George W. Bush, que preveía el desarrollo de nuevos cohetes y una nueva cápsula de la tripulación, el vuelo de un astronauta costaba unos US$300 millones. Así las cosas, resulta que, gracias a Obama, los contribuyentes estadounidenses se ahorran unos US$250 millones por astronauta.
Los cambios en la política espacial de EEUU hacia el desarrollo de aparatos no tripulados y el empleo de robots han sido motivo de agrias polémicas en las comunidades científicas rusa y estadounidense durante los últimos 20 años. ¿Qué es más rentable, seguro y eficaz, enviar al hombre al espacio o utilizar autómatas y aparatos no tripulados? Es evidente que lo segundo es más barato y seguro. Pero la lógica nos dice que es necesario desarrollar la tecnología tanto para lo primero como para lo segundo.
La óptima combinación de hombres y máquinas tendría ser el objetivo. Parece que Obama y sus asesores espaciales decidieron reducir el papel que desempeñan los astronautas. Sin embargo, hoy en día es imposible cancelar todas las misiones tripuladas.
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