The Politician’s Wife

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Cuando Barack Obama y Felipe Calderón se encuentren aquí la próxima semana, los mandatarios tendrán reuniones con temas tensos que tratar, discursos que practicar, ceremoniaas que atender y cenas donde brillar. Nadie duda que será una visita extenuante.

Pero los presidentes sólo estarán haciendo su trabajo, exactamente el empleo para el que se postularon y por el que ahora se les paga y muy bien.

Junto a ellos, sin embargo, estarán sus esposas, quienes por su lado tendrán toda una serie de actividades que no son precisamente vacación, sólo que las primeras damas lo hacen más que por obligación, por amor. Al cónyuge y a su país.

Y es que aunque su posición no es un empleo pagado ni específico, las esposas de los presidentes jugarán un papel determinante en este viaje y de hecho serán ellas quienes sin duda roben la atención, ya que tanto Michelle Obama como Margarita Zavala son mucho más populares y admiradas que sus esposos.

Con frecuencia cuando se habla de primeras damas, se piensa en la vajilla y en las fiestas, y en esta visita el asunto de su ropa y la moda que usen será seguramente el gran tema, al grado de que ambas deben estarse asesorando de expertos. Pero en este caso las dos son también madres y mujeres profesionales que dejaron atrás lucrativas carreras para convertirse no sólo en embajadoras y representantes de sus países, sino en acompañantes de tiempo completo de sus maridos y en figuras de enorme influencia.

En Estados Unidos, la función de primera dama la inauguró Martha Washington en 1789, y según los historiadores lo hizo muy a su pesar, ya que sentía una gran preferencia por la vida privada. Desde entonces las esposas del presidente han transformado el cargo de acuerdo a su personalidad, desde anfitrionas nacionales, gerentes a cargo de la Casa Blanca, consejeras políticas tras bambalinas y promotoras de la causa pública de su predilección.

Se puede decir que su trabajo es voluntario y pocas veces visiblemente político, aunque, claro, ha habido excepciones como sucedió con Edith Wilson, quien fuera esposa de Woodrow Wilson (1913-1921) y que asumió responsabilidades gubernamentales de su marido, cuando éste quedó paralizado por un infarto.

Pero tradicionalmente, como en casi todos las naciones y con casi todas las mujeres, las actividades de la primera dama siempre han estado relacionadas con la casa y los niños, aunque en este caso sea la mansión presidencial y la infancia de todo un país. Sin embargo, la labor que realizan no está catalogada como empleo, principalmente porque no hay remuneración ni una descripción clara de su trabajo, pero lo que ellas hacen no es poco ni banal, ya que aún presidir una recepción para decenas de desconocidos requiere de gracia, esfuerzo y mucho arte.

Nadie duda que su vida diaria es de privilegio y tienen ayuda doméstica y con los hijos, que rebasa los sueños del 99 por ciento del resto de las mujeres del planeta, pero hay lujos que simplemente no pueden darse o al menos no con la frecuencia que quisieran, tales como reportarse enfermas y quedarse en casa viendo televisión.

Es de sobra conocida aquella declaración de la poetisa Mary Wilson, esposa de quien fuera primer ministro inglés Harold Wilson, quien públicamente se preguntó si no sería lo mismo usar un maniquí, ponerle sombrero en la cabeza y flores en las manos y ponerlo en lugar de ella. Pero eso fue generaciones atrás, cuando las esposas de los políticos eran adornos visuales.

Hoy día la mujer del político, igual que la del diplomático, tiene que balancear familia y vida pública. Tiene que imponer su estilo, crear su propio sello y como signo de los tiempos ser, hasta donde se puede, políticamente activas. Ya nadie espera que horneen galletas.

En Washington, un ejemplo es Verónica Sarukhán, la esposa del embajador, quien a los 37 años y madre de dos niñas es una entusiasta promotora de México y su cultura.

El día llegará en que aquí y en México se dé un primer caballero, pero mientras tanto no queda sino admirar la labor que desempeñan las esposas de los gobernantes. No en balde Margaret Thatcher, la legendaria primer ministro de Inglaterra, siempre dijo que “en política, si quieres que algo sea dicho, pídeselo a un hombre. Si lo que quieres es que se lleve a cabo, pídeselo a una mujer”.

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