Obama’s National Security Strategy

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La nueva estrategia de seguridad divulgada ayer por la administración Obama señala a Al Qaida como principal enemigo, pero deja la expresión “guerra contra el terrorismo”, insistiendo en que el uso de la fuerza por sí solo no puede garantizar la seguridad de Estados Unidos. La Casa Blanca publicó ayer su “Estrategia de seguridad nacional”, un documento marco sobre cómo Estados Unidos evalúa y desbarata las amenazas en su contra, que en los últimos 16 meses ha dado lugar a intensas consultas en la administración Obama. “Estrategia de seguridad nacional”, la primera del presidente actual, es un documento que el gobierno estadounidense emite al comienzo de cada mandato, por exigencia del Congreso, y fija las prioridades diplomáticas y defensivas del país.

“Siempre intentaremos deslegitimar el uso del terrorismo y aislar a aquellos que lo practican”, indica el documento de 52 páginas que se distancia así de la doctrina de la guerra preventiva y el unilateralismo establecido por George W. Bush tras el 11 de septiembre, en particular la noción de “guerra contra el terrorismo”. En su lugar, la nueva estrategia enfatiza la colaboración con los países aliados y el fortalecimiento de las instituciones internacionales como herramientas para resolver los conflictos. “No es una guerra mundial contra una táctica –el terrorismo– o una religión –el Islam–”, precisa el texto. “Nosotros estamos en guerra con una red específica, Al Qaida, y los terroristas que la apoyan en sus esfuerzos para atacar a Estados Unidos y a nuestros aliados.”

El texto destaca las amenazas que representan los individuos radicalizados que no tienen el perfil tradicional de los terroristas, como por ejemplo el joven nigeriano que intentó hacer estallar un avión encima del territorio estadounidense el día de Navidad o el padre de familia estadounidense de origen paquistaní sospechoso de haber planeado un atentado con coche bomba en Nueva York el 1º de mayo.

“Nuestra mejor defensa contra esa amenaza reside en familias, colectividades locales e instituciones bien equipadas e informadas”, dice el documento, precisando que “el gobierno va a invertir en el espionaje”. Otros ejes de la nueva doctrina son la lucha contra las crisis económicas y el calentamiento climático, cuyas consecuencias ponen en peligro la seguridad de Estados Unidos.

El documento tiende a redefinir lo que será la política extranjera estadounidense tras dos guerras sangrientas en Irak y Afganistán y una crisis económica mundial, mientras planea evaluar precisamente los intereses estadounidenses en el extranjero, así como el uso de la fuerza, designando numerosas amenazas, desde la ciberguerra hasta las epidemias pasando por las desigualdades.

Para alcanzar estos objetivos, la nueva estrategia propone apoyarse en la potencia militar, pero también en la diplomacia, los contactos económicos, la ayuda al desarrollo y la educación, al mismo tiempo que aboga por un enfoque “sin ilusión” en las relaciones con los enemigos de Estados Unidos como Irán y Corea del Norte. El documento mantiene la posibilidad para Washington de emprender acciones militares unilaterales, pero bajo condiciones más estrictas que durante la era Bush.

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