Tras ocho meses en el poder, el primer ministro japonés Yukio Hatoyama camina sobre terreno movedizo. Todavía está por ver el costo político del reciente acuerdo con Washington sobre la base militar estadounidense en Okinawa con el que hizo rodar por tierra una de sus promesas electorales más importantes. La base aérea de Futenma se queda. La decisión hizo saltar los ya altos niveles de descontento en la sociedad nipona, especialmente entre quienes sufren a los uniformados de EE.UU.
Tokio y Washington anunciaron simultáneamente la noticia la semana pasada: la base aérea de Futenma, con 2 000 marines de EE.UU. y ubicada en plena zona urbana de Ginowan, no será sacada de Okinawa, sino únicamente trasladada a Nago, un área menos habitada al norte de la propia isla nipona. Desde entonces, un torrente de inconvenientes amenazan con ahogar al actual ejecutivo que inició su mandato con más del 70 por ciento de aprobación.
Primero fue la negativa a firmar la resolución para reubicar la base, por parte de la líder del Partido Socialdemócrata de Japón, Mizuho Fukushima, quien se desempeñaba como ministra de Asuntos del Consumidor en el equipo encabezado por el Partido Democrático de Japón (PDJ). Por esa razón fue destituida y, en respuesta, su formación política abandonó la coalición de gobierno, lo cual dejó al PDJ sin mayoría en el Senado.
Pero no solo en las grandes esferas el Primer Ministro ha visto disminuida su aprobación. Un sondeo reciente citado por PL, da cuenta de que el 51,2 por ciento de los encuestados consideró que Hatoyama debería renunciar por incumplir su promesa electoral sobre Futenma, mientras el 44,4 por ciento opinó lo contrario. Por otra parte, el respaldo popular a la gestión de su gabinete descendió en mayo a 19,2 por ciento. Además se prevé un aumento de las protestas en Okinawa, donde los habitantes están hartos de la presencia militar estadounidense y vieron deshechas una vez más sus esperanzas para librarse de este peso.
Durante la campaña electoral, Hatoyama prometió sacar la impopular base estadounidense de esa isla y, si era posible, de Japón, pero, finalmente no lo consiguió. EE.UU., su aliado incondicional, tampoco le dio un respiro con toda clase de presiones. No se puede olvidar que Japón constituye la piedra angular de la estrategia de la Casa Blanca en el continente y no estaba dispuesto a perder terreno clave. Por más que complicaron el escenario no cedieron, aún sabiendo que este ha sido el centro del debate de la vida política nipona en el corto mandato del Primer Ministro, incluso por delante de la crisis o la elevada deuda pública.
Expertos aseguran que Hatoyama sacrificó gran parte de su credibilidad política al esperar ocho meses para acogerse, a fin de cuentas, al mismo tratado firmado con EE.UU. en el lejano 2006 por el anterior ejecutivo, mientras ya no queda mucho del mayoritario respaldo que le dio el triunfo electoral con el que puso fin a la hegemonía del conservador Partido Liberal Demócrata. Para los entendidos dilapidó muy rápido su poder y todavía le queda pasar la prueba de las urnas para unas elecciones que renovarán la mitad del Senado.
Aunque está por ver el final de esta historia, lo cierto es que los habitantes de Okinawa continuarán llevando sobre sus espaldas el peso de la indeseada presencia de los soldados estadounidenses en su tierra, que constituyen más de la mitad de todo el contingente desplegado en esa isla. No entienden de estrategia de seguridad y de alianzas, son los más perjudicados. El ruido de los aviones, la contaminación, la delincuencia y el riesgo de accidentes continuarán allí, solo que un poco más al norte. De seguro seguirán sus protestas. Luego, pasarán la cuenta.
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