The Obama Doctrine

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Desde hace ocho días, Estados Unidos cuenta con una nueva Estrategia de Seguridad Nacional. La Casa Blanca le envió al Congreso de ese país un documento de 52 páginas que identifica las más serias amenazas al futuro de la superpotencia y delinea las principales herramientas que empleará para enfrentarlas en medio de la severa crisis económica. Después de 16 meses, el gobierno estadounidense presenta la “doctrina Obama”.

La estrategia de los demócratas resume una interesante visión de política exterior y del orden internacional ideal que Estados Unidos busca construir. En esa visión se rompe drásticamente con los lineamientos del documento anterior, expedido por George W.

Bush en el 2002, pocos meses después de los atentados del 11 de septiembre del 2001. Una de las diferencias más visibles se aprecia en el uso de la fuerza militar. Mientras en en la versión previa Washington defendía su utilización preventiva -argumento que se esgrimió para invadir Irak-, hoy reconoce que los ejércitos son un “último recurso” que debe estar acompañado de apoyo internacional. En resumen, menos unilateralismo, menos afán por la guerra y más margen de maniobra para los espacios diplomáticos. Sin embargo, los críticos se preguntan desde ya si este deseo de “dialogar con regímenes no democráticos” se traducirá en mano blanda con Irán, Corea del Norte o Rusia. Y algunos, incluso, si con Venezuela.

La “doctrina Obama” borra, asimismo, el concepto de “guerra global contra el terrorismo”. Para el actual gobierno, el enemigo no es “una religión, el islam, sino un conflicto específico contra Al Qaeda y sus afiliados”. Estos párrafos se han interpretado como una rama de olivo ofrecida a muchos sectores moderados del mundo musulmán que se sintieron estigmatizados en los años de Bush. Al menos en el papel, la publicación del documento marca el final de esa doctrina maximalista que llevó a Estados Unidos a involucrarse en dos conflictos interminables -el de Irak y el de Afganistán-; a instaurar la tortura como arma de combate válida; a bautizar maniqueamente a varios países como “ejes del mal” y a destruir su autoridad moral como nación democrática.

Para Washington, la lucha antiterrorista no es el único y exclusivo eje de la seguridad nacional, sino que existe una gama diversa de amenazas, que van desde el cambio climático hasta la proliferación nuclear, pasando por los ciberataques. Además, la estrategia incluye la deuda pública, la prosperidad económica y la renovación tecnológica como fundamentos de la seguridad. No es de extrañar que en momentos de angustias sociales, desempleo y dos frentes de guerra abiertos, las autoridades vinculen su futuro como superpotencia a la dinamización de su economía. A pesar de las claras rupturas consignadas en el documento, hasta ahora el balance exterior de Obama habla más de continuidad que de cambio.

El narcotráfico, presente en los años 90 como amenaza a la seguridad estadounidense, brilla por su ausencia, así como las menciones de Colombia en particular. La preocupación del gobierno gira hacia sus fronteras terrestres con México y las drogas, las armas y los inmigrantes ilegales, que las cruzan diariamente. Queda otra vez ratificado el poco peso que América Latina y la guerra contra las drogas tienen en el mapa mental de los funcionarios de la Casa Blanca.

Estados Unidos ya se vio obligado a reconocer la incontenible emergencia de potencias jóvenes como Brasil, China e India, y a proponer la cooperación con ellas. Esa es la dosis de realismo pragmático con que Obama sustituye la doctrina de expandir a punta de fusil la democracia al estilo norteamericano con la que Bush intoxicó al planeta por siete años. Hoy aún hay rincones donde esa herencia de guerra sigue humeante.

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