Obama’s Katrina

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El 29 de agosto de 2005 el huracán Katrina desencadenó en la ciudad de Nueva Orleans la catástrofe que llegaría a convertirse en uno de los símbolos del segundo mandato de la presidencia de George W. Bush. En aquellas imágenes cuajaron de pronto, como si encajaran las piezas de un puzle, la supuesta inoperancia de la administración Bush, su dejadez ante lo público, y su falta de compasión, que contrastaba con los eslóganes del «conservadurismo compasivo» con los que el presidente había intentado renovar el mensaje republicano.

Transcurrido algo más de un año desde su llegada a la Casa Blanca, Barack Obama se encuentra con un problema que ya se ha convertido en su Katrina particular. Ha tardado un tiempo en hacerlo porque la naturaleza de la catástrofe es distinta, sin la instantaneidad ni la plasticidad de la de Nueva Orleans, y además porque el demócrata goza de la indulgencia de unos medios que ya habrían masacrado a un presidente republicano en las mismas circunstancias.

Aun así, la indulgencia no ha sido eterna y pase lo que pase a partir de ahora, Obama ya tiene su Katrina. Para empezar, se ha puesto de relieve la incapacidad del gobierno más poderoso del mundo para atajar un problema muy específico. En Nueva Orleans, eran las imágenes del dique roto. En el del vertido, la de la tubería agujereada. Como la presidencia de Obama llegó promocionando la idea de que todo es posible, es decir, que los gobiernos lo pueden Todo, el desmentido que ofrecen los cincuenta días que lleva abierta la fuga resulta letal.

Por si fuera poco, Obama siempre ha jactado de su independencia con respecto a las grandes empresas. A British Petroleum, la responsable del desastre, la ha tratado con desahogo despreciativo, para dejar bien claro que él (dan ganas de escribir Él) no tiene relación alguna con ese sector empresarial tan característicamente depredador, como las tenía la familia Bush (Él nunca hace las cosas sin intención propagandística). En vista de la fuga recalcitrante, la estrategia de imagen ha salido mal, y allí donde Bush quedó como un hombre despiadado, Obama ha resultado ser un señorito malcriado, que fulmina órdenes inútiles y pasea su perplejidad por las playas de Louisiana, disfrazado de explorador de la serie «Perdidos».

En la imagen cuajan otros dos fracasos de su presidencia. Uno es la arrogancia con la que está afrontando los problemas causados por la inmigración ilegal, que no le están favoreciendo en las encuestas por mucho que alejen a la comunidad hispana del voto republicano. El otro es el de la reforma sanitaria, que podía haber sido concebida como un cambio consensuado, bipartidista, como dicen allí, y fue diseñada y promocionada como un arma de destrucción masiva antirrepublicana. Es el famoso «talante», que tan bien conocemos aquí. El desastre ecológico del Golfo resume el fracaso de la estrategia obamita de tensionar al electorado. Lo están rentabilizando sus adversarios, los republicanos, que han aceptado el reto. Las próximas elecciones de noviembre prometen, sin duda.

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