El desplazamiento de naves militares estadounidenses -escoltadas por submarinos nucleares- en dirección a las costas de Irán dan cuenta de las intenciones belicistas del gobierno de Barack Obama, tratando de imponerle su voluntad al gobierno iraní respecto a sus planes de desarrollo de la energía nuclear con fines pacíficos, utilizando para ello toda medida de presión, incluyendo las sanciones recientemente sancionadas por el Consejo de Seguridad de la Organización de las Naciones Unidas, por recomendación (o imposición, vale lo mismo) de Estados Unidos.
En este escenario de preguerra, Arabia Saudita autorizaría el uso de su espacio aéreo por parte de la aviación militar de Estados Unidos e Israel. Por su parte, se habrían instalado interceptores de misiles en cuatro países: Qatar, Emiratos Árabes, Bahréin y Kuwait, en una operación tenazas que invalidaría cualquier defensa del lado iraní.
Esta acción militar sería secundada por el Estado de Israel, cuyas naves tendrían la facultad supra legal de revisar cuanta embarcación pudiera circular en aquellas aguas, bajo la sospecha de servir para el transporte de armamento, ya que Irán estaría en la lista de Estados que cobijan el terrorismo, ignorándose lo propio respecto a los gringos y sionistas en todo territorio.
El trasfondo de todas estas maniobras radica en la ambición de las corporaciones transnacionales (gringas y europeas) de hacerse del control de los recursos energéticos existentes en toda la región del Medio Oriente, tal como ya se logró con las invasiones a Afganistán e Iraq, buscando al mismo darle una configuración más adecuada a la hegemonía de Estados Unidos, cosa que ya se planteara durante el mandato nefasto de George B. Bush, lo cual no ha sido descartado, si tomamos en cuenta el contenido de la visión estratégica que le asigna a este país el control territorial de los recursos naturales a escala mundial, constituyéndose en un gendarme planetario para quien la vida y la cultura independiente del resto de los pueblos es algo secundario, cuyo valor no es nada ante los intereses económicos que defiende.
Si a lo anterior, le agregamos los amagos belicistas que se han escenificado en la península de Corea, creando una situación de choque que facilite la intervención directa de las tropas yanquis, podemos afirmar que el presidente Obama está jugando con fuego, ejecutando las directrices del consorcio empresarial-militar que domina su país, legitimando el uso de armas nucleares de modo unilateral solo bajo la presunción de ser Estados Unidos atacado eventualmente; una cuestión que nos retrotrae a la tensión reinante durante la llamada Guerra Fría, pero sin el contrapeso de una potencia militar a semejanza de la extinta Unión Soviética. Con ello, Obama (galardonado tempranamente con el premio Nobel de la paz) mantiene y perfecciona la doctrina de guerra preventiva que Bush diera a conocer luego del turbio derrumbamiento de las Torres Gemelas de Nueva York, permitiéndose hacer lo mismo que Israel con sus vecinos árabes, pero ya en una proporción global e indefinida, sin concederle derecho alguno a la autodefensa a quienes tengan la desgracia de ser atacados.
Toda esta situación no resulta inusual ni casual, por lo que no debiera extrañarle a nadie. Ya anteriormente, Estados Unidos ha realizado simulacros bélicos de su V Flota, estacionada en aguas del Golfo Pérsico, frente a las costas iraníes, con evidentes propósitos intimidatorios. El imperialismo yanqui, por consiguiente, no estará dispuesto a modificar el rumbo adoptado, al presionar a Ia República Islámica de Irán para que desista de su programa nuclear, menos ahora cuando ha logrado que la ONU y resto de las naciones agachen la cabeza, violando descaradamente cualquier disposición del derecho internacional, sin que haya una medida concreta que se lo impida, aceptando sus acciones como hechos inevitables.
Además, se pone al descubierto que Washington utiliza una doble moral respecto al tema nuclear, denunciando a Irán de ser una amenaza para la paz mundial, pero haciéndose de la vista gorda en cuanto al cumplimiento del Tratado de No Proliferación Nuclear concebido en 1968 con el objetivo de restringir la posesión y uso de armas nucleares, el cual -por cierto- infringen, precisamente, EEUU, Reino Unido, Francia, Rusia y China, quienes las tienen en grandes cantidades. Otro tanto ocurre con Pakistán, la India, Israel y Corea del Norte, los cuales no han suscrito tal acuerdo y disponen de bombas atómicas, pero que -al ser aliados los tres primeros nombrados- han recibido un trato irregular por parte de la Agencia Internacional de la Energía Atómica, dependiente de las Naciones Unidas que supervisa los posibles incumplimientos en esta materia.
En los casos de Corea del Norte e Irán (firmante éste del Tratado de No Proliferación Nuclear, pero acusado reiteradamente, sin pruebas concretas, de querer desarrollar la bomba), reciben una condena directa y abierta por parte de la AIEA y de los países fundadores del Tratado, cuestión que evidencia una subordinación prácticamente colonial (y cómplice) en relación a los intereses del imperialismo yanqui y de sus socios europeos.
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