Si la invasión de Irak es considerada el más craso error de Washington en los años de Bush, Afganistán va en camino de convertirse en el ‘Irak’ del presidente Barack Obama. Ayer, el mandatario despidió al más alto comandante de las fuerzas estadounidenses en ese país asiático, el general Stan McChrystal, tras la publicación de unas polémicas declaraciones en un artículo de la revista musical Rolling Stone.
El militar y sus asesores se refirieron en términos despectivos a la mayoría de los miembros del gabinete de seguridad de la Casa Blanca, de Obama para abajo. Además, expresaron duras críticas y burlas al manejo que Washington le está dando al conflicto. Sin embargo, más allá del escándalo, la salida del experimentado McChrystal refleja la falta de norte en la que se encuentra la estrategia militar de Estados Unidos en Afganistán.
Desde su posesión, el mandatario estadounidense adoptó la intervención en la cuna de los talibanes como la guerra ‘buena’ frente al desprestigiado conflicto en Irak, que hundió a su antecesor, Bush. El año pasado, la Casa Blanca se debatió entre dos estrategias bélicas: un abordaje militar tradicional, con combates, o un esfuerzo de contrainsurgencia para ganarse “las mentes y los corazones” de la sociedad civil. McChrystal, defensor de esta última iniciativa, no solo logró convencer a Washington, sino que recibió una inyección de 30.000 nuevos soldados.
Sin embargo, los resultados este año han sido decepcionantes. La larga duración de las hostilidades y su sinsalida empiezan a crear fracturas en la alianza internacional: ya cayeron el gobierno de Holanda y el presidente de Alemania, y los canadienses alistan maletas. El mes pasado, la de Afganistán se convirtió en la guerra más larga de la historia del ejército de Estados Unidos después de Vietnam, y ni Obama ni sus comandantes se atreven a cantar victoria. Al contrario, las acusaciones de corrupción y nepotismo contra el presidente afgano y aliado de Washington, Hamid Karzai, no cesan y la legitimidad del régimen postalibán está por los suelos.
Lo más preocupante es que la dimisión de McChrystal no se da por discrepancias estratégicas sobre la conducción del conflicto -como la del general Douglas McArthur en Corea hace 59 años-. Es decir, Washington continuará en Afganistán -ahora bajo el comandante en Irak, David Petraeus- con una apuesta militar en duda. Tras ocho años, miles de muertos y cientos de millones de dólares, Obama no tiene claridad sobre qué constituirá la victoria final o cómo apuntar hacia una salida digna.
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