The United States’ Oil Addiction

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La adicción petrolera de Estados Unidos

/ La Nación Domingo Por Raúl Sohr

Es de sentido común que si Estados Unidos busca reducir su dependencia del petróleo debe usar menos vehículos que lo emplean. Hoy, prácticamente cada estadounidense que tiene la edad para conducir tiene un auto. De cada mil conductores potenciales, 981 tienen un automóvil. Es, por lejos, el porcentaje más alto del mundo

Domingo 27 de junio de 2010

En la actualidad Estados Unidos importa la mayoría del crudo que consume. Esto le genera una notable inseguridad energética ya que depende de países productores de petróleo que en algunos casos son hostiles o están en zonas inestables. Esta realidad no escapa a la Casa Blanca donde su ocupante proclamó el “Proyecto Independencia”, destinado a garantizar la autosuficiencia petrolera del país. ¿Una propuesta del Presidente Barack Obama? No. Una promesa muy anterior realizada por el Presidente Richard Nixon, en 1973, quien aseguró que los recursos destinados a liberarse de la dependencia serían tan cuantiosos como los invertidos en el “Proyecto Manhattan”, que en escasos años permitió a Washington disponer de la bomba atómica. Los propósitos fueron formulados luego del embargo impuesto por la Organización de Países Productores de Petróleo (OPEP), a causa de la guerra israelí-árabe del mismo año. Como resultado de la medida, los precios del crudo se cuadruplicaron y tuvieron un efecto devastador sobre las principales economías del mundo. Pero la crisis pasó, y todo volvió a la normalidad.

Desde entonces, cada Presidente estadounidense ha reiterado las mismas buenas intenciones de acabar con el vicio del consumo petrolero. Pero uno tras otro han entregado el gobierno con una quema de crudo superior al anterior. Después de Nixon fue Ronald Reagan quien postuló la necesidad de “desarrollar nuevas tecnologías y mayor independencia del petróleo importado”. Luego George H. W. Bush señaló que “no hay seguridad para Estados Unidos si dependemos del petróleo extranjero”. Bill Clinton, por su parte, dijo que “necesitamos una estrategia energética de largo plazo para maximizar la conservación y a la par maximizar el desarrollo de fuentes alternativas de energía”. El círculo se cierra hoy con Obama, que en su última alocución sobre el tema en el Salón Oval señaló: “Debemos abandonar nuestra economía basada en el petróleo y hacer de nuestra dependencia del Medio Oriente algo del pasado”.

A lo largo de tres décadas y media los gobernantes estadounidenses han tenido claro qué es lo que deben hacer. El problema con las adicciones es que ellas están instaladas en las mentes y cuerpos que reclaman las sustancias a las que están acostumbradas.

Las sociedades y economías generan dinámicas contradictorias. Es de sentido común que si Estados Unidos busca reducir su dependencia del petróleo debe usar menos vehículos que lo emplean. Hoy, prácticamente cada estadounidense que tiene la edad para conducir tiene un auto. De cada mil conductores potenciales, 981 tienen un automóvil. Es, por lejos, el porcentaje más alto del mundo. Pese a ello, debido a la crisis económica desencadenada en el 2008, una de las medidas adoptadas por Obama fue rescatar a General Motors y además ofrecer un estímulo para que sus compatriotas cambiasen autos con algunos años por máquinas nuevas. Estas transacciones fueron bonificadas por el fisco con miles de dólares. Para estimular las obras públicas, destinó fondos a la construcción de carreteras. Era la oportunidad de encaminar mayores inversiones a ferrocarriles, para disminuir el uso generalizado del avión y estimular el transporte público.

El derrame de petróleo en el Golfo de México es ya el mayor desastre ecológico de la historia de Estados Unidos. La opinión pública culpa, con razón, a British Petroleum. Pero a la hora de hablar de adicciones, la sociedad en su conjunto debe asumir su cuota de responsabilidad. Por ejemplo, en el caso de las drogas, los países productores y los narcotraficantes deben responder por sus acciones. Pero también los consumidores son culpables de crear una demanda que si no existiera no daría pie para la oferta. De la misma manera, el consumo desmedido de petróleo empuja a las empresas a buscarlo en el fondo de los océanos en condiciones cada vez más difíciles. En consecuencia, la posibilidad de un derrame es mayor y las medidas para contenerlo son más problemáticas. En las palabras de Obama, terminó la era “del petróleo barato y fácil”. Pero una cosa es decirlo y otra es que el conjunto del gobierno y la sociedad asimilen lo que esto significa. Los mandatarios estadounidenses saben que su país alcanzó el punto más alto de su producción petrolera a comienzos de la década de los 70. Desde entonces, han repetido el mantra de la necesidad de abandonar la dependencia del crudo importado. Pero antes que mermar el consumo, han buscado asegurar sus fuentes de abastecimiento. Y, claro, no está demás recordar que Chile vive una situación mucho más precaria en materia de abastecimiento de hidrocarburos que la de Estados Unidos.

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