07 julio, 2010 – Lluís Bassets
No es la tierra prometida, es nuestra tierra
Son palabras de Izdat Said Qadoos, un palestino que vive cerca de Har Bracha, una colonia ilegal de Cisjordania financiada por una institución caritativa de Tennessee. Aparecen en un extenso reportaje del New York Times, publicado ayer, el mismo día en que el primer ministro Benjamin Netanyahu, y el presidente norteamericano, Barack Obama, discuten sobre cómo reanudar las negociaciones para que finalmente convivan en paz y seguridad dos Estados en las tierras que hay entre el Jordán y el Mediterráneo. El gran diario neoyorquino, propiedad de una familia judía y de inequívoco compromiso con Israel, nos cuenta la mayor de las ironías en toda esta historia que se resume en una frase: “Mientras el gobierno de Estados Unidos intenta terminar con las cuatro décadas de colonización y promover la creación de un Estado palestino en Cisjordania, el Tesoro Americano ayuda al mantenimiento de las colonias mediante exenciones fiscales a las donaciones que reciben de ciudadanos americanos”.
No estamos hablando de pequeñas cantidades sin importancia. Cuarenta grupos, casi todos ellos de cristianos evangelistas de extrema derecha, fervorosos creyentes en la literalidad de la Biblia, han recogido más de 200 millones de fondos, deducibles en la declaración de la renta, no tan sólo para construir en los territorios ocupados, sino también para comprar material paramilitar utilizable en la autodefensa de los colonos. Lo peor de toda esta historia es que este tipo de exenciones están prohibidas en el mismo Israel, concretamente las que se dirigen, como hacen las ‘charities’ americanas, a asentamientos que son ilegales, ya no según la legalidad internacional (todos lo son), sino incluso según la ley y los tribunales israelíes. El diario recoge incluso las expresiones de frustración de policías israelíes por la ayuda exterior que reciben los colonos ilegales más desafiantes.
El presidente de los Estados Unidos, que convirtió la congelación de los asentamientos en una condición imprescindible para la negociación, tiene pues teóricamente a su alcance, según el periódico, la posibilidad de cortar las ayudas que mandan los cristianos fundamentalistas a los okupas judíos extremistas. No es éste, sin embargo, el tema que tenían entre manos Netanyahu y Obama en sus conversaciones de ayer, recuperación de la cita perdida de hace un mes, cuando el violento asalto a al flotilla turca que se dirigía a Gaza obligó al premier israelí a anular su viaje a Washington. El rompecabezas de Oriente Próximo tiene muchas piezas, pero al final sólo encajarán, si es que encajan algún día, de una sola tacada, mediante un plan de paz con detalle de fronteras e intercambio de territorios. Esto es lo que les contó el lunes el ministro de defensa, Ehud Barack a los parlamentarios israelíes del comité de Asuntos Exteriores y Defensa: “Israel tiene que coger el toro por los cuernos y presentar una clara iniciativa que permita negociar las fronteras de Israel de una forma que las colonias a lo largo de la frontera permanezcan en nuestras manos y tengan una sólida mayoría judía por generaciones, pero de tal forma que sea posible el establecimiento de un Estado palestino independiente y desmilitarizado”. Antes de esta reunión. Barack se entrevistó con el primer ministro palestino Salan Fayyad.
Las piezas vuelven pues a estar de nuevo sobre el tablero, tal como estaban antes de que el vicepresidente Joseph Biden sufriera el desplante de Jerusalén y de que Obama se fuera a comer con su familia y plantara a su vez a Netanyahu en la negociación de la Casa Blanca, de eso hace ya la corta eternidad de cuatro meses. El tiempo político es la vez estático y deslizante en el Oriente Próximo de las religiones milenarias: todo regresa siempre a su punto de partida habitual pero mientras tanto siempre suceden muchas y trepidantes cosas, pasto para diplomáticos y periodistas. ¿Nos darán israelíes y palestinos alguna vez una buena noticia?
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