Hace algunos años, España abrió la posibilidad de que hijos de españoles adquirieran esa nacionalidad. Mi amigo José Martínez Zorrilla acudió a la embajada española en México. Argumentó que él, hijo de mexicanos, había nacido en España, había vivido sus primeros años en Madrid, jugaba muy bien el futbol y pretendía adquirir la nacionalidad española. El cónsul que lo entrevistó al estilo más castizo le preguntó lo que parecía un regaño: —¿Qué, por el hecho de nacer en China, eso lo hace a usted chino? Martínez Zorrilla tuvo que conformarse con una sola nacionalidad, la mexicana, que tiene, no obstante no haber nacido en nuestro suelo. María Antonieta, su esposa, hija de español, nunca había ido a España pero tiene la doble nacionalidad.
Para los países desarrollados no basta nacer en el territorio. Es necesaria una conexión con el país que justifique el otorgamiento de la nacionalidad a los hijos de extranjeros.
Sólo unos cuantos países desarrollados confieren la nacionalidad a través del jus soli. Lo hacen Canadá y Estados Unidos. En los términos de la Décimo Cuarta Enmienda de la Constitución, las personas nacidas o naturalizadas en Estados Unidos y sujetas a su jurisdicción son ciudadanos de Estados Unidos. Similar solución da la Constitución mexicana, la que también agrega a los nacidos en el extranjero de padre o madre mexicana. Para nosotros opera también el jus sanguinis, el derecho de sangre.
En EU los migrantes mexicanos tienen varias categorías. En la cúspide están los que lograron su ciudadanía o nacionalidad estadunidense. Son los admirados por quienes pertenecen a las categorías restantes. En la base están los parias, los sin papeles, casi esclavos, los ilegales que viven en la sombra. Durante el día hacen los trabajos pesados. A nadie le interesa qué hacen con su vida después de las jornadas de trabajo. En medio están los que obtuvieron su green card. Esos esperan la ciudadanía por un golpe de suerte o bien a través de sus hijos que automáticamente al nacer son estadunidenses. Algún día podrán “pedir” a sus padres o hermanos para convertirlos en ciudadanos.
El tsunami migratorio que inundó ese país no ha sido suficiente para la reforma migratoria. En su lugar se revisa ahora la conveniencia de retirar la nacionalidad a los hijos de ilegales que nazcan en territorio estadunidense. Los radicales del Congreso consideran que hay que cancelar la nacionalidad que adquirieron los hijos de ilegales. Otros sensatos consideran que hay principios inconmovibles como la irretroactividad de las leyes en perjuicio de persona alguna. En el debate el propósito y la consecuencia es crear ciudadanos de diferentes categorías.
El argumento central antiinmigrante es que los nacidos en Estados Unidos obtuvieron la nacionalidad por un acto ilegal, como es la estancia indocumentada de sus padres, por lo que no tendrían derecho a exigir una nacionalidad que no les pertenece por ser infractores de la ley. Preocupa a legisladores y a buena parte de la sociedad estadunidense el fenómeno de los “bebés ancla”. Mujeres embarazadas que cruzan la frontera para dar luz en territorio de Estados Unidos. Estiman que resulta ofensivo a su sistema.
La preocupación es artificial, surge de la “amenaza café”. Es decir, los millones de mexicanos que emigran en busca de mejores oportunidades. No hay madres embarazadas que crucen la línea o el río Bravo para que sus hijos nazcan en el desierto de Arizona o en las praderas tejanas. Los hijos de ilegales que nacen en Estados Unidos son de padres que llevan años trabajando en ese país.
Es probable que se produzcan leyes que establezcan la necesidad que para obtener la ciudadanía estadunidense sea necesario que exista una conexión entre el aspirante y el país.
A pesar de vivir un mundo global, la nacionalidad es el sello más importante de cualquier migrante.
En Estados Unidos están orgullosos de ser la tierra de la libertad.
Pisar el territorio estadunidense los liberaba de sus cadenas. Si cambian la regla del jus soli, perderán su calificación moral ante el mundo y ante ellos mismos.
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