El objetivo principal de Estados Unidos y las derechas en América Latina es el derrocamiento de Hugo Chávez y el aniquilamiento de la revolución bolivariana. Todo vale para lograrlo y es que la acción del líder venezolano ha sido crucial en la dinamización de un conjunto de gobiernos revolucionarios y progresistas, que agrupa desde los integrantes de la Alianza Bolivariana para Nuestra América (Alba) hasta Uruguay, Argentina, Brasil y Paraguay, así como en el impulso a la unidad e integración regional, la liquidación del ALCA, la creación de organismos como la Unasur y la propia Alba y la utilización del petróleo como instrumento de justicia social y solidaridad. Además, debe considerarse la trascendental colaboración y complementación económica entre Caracas y La Habana que llegó en auxilio de la revolución cubana en los momentos más difíciles de los años 80 y continúa siendo vital para la isla y la acción solidaria del dúo en América Latina.
La elección de Chávez a la presidencia de Venezuela en diciembre de 1998 marcó el primer caso en que la rebelión popular latinoamericana contra el neoliberalismo consiguió hacerse con el gobierno e influir en el surgimiento de otros procesos no siempre tan radicales como el venezolano pero cuyo denominador común era el rechazo a las políticas del Consenso de Washington. Estados Unidos y las oligarquías locales se opusieron siempre a esta tendencia pero no fue hasta años después que consiguieron montar una ofensiva contra los gobiernos progresistas y las fuerzas populares de América Latina, iniciada con la agresión yanqui-uribista a la soberanía territorial de Ecuador en 2008, continuada con el golpe de Estado en Honduras y profundas medidas de militarización.
La VIII cumbre de la Alba celebrada en La Habana en diciembre de 2009 condenaba “la ofensiva política y militar de Estados Unidos sobre la región de América Latina y el Caribe, manifestada fundamentalmente por los acuerdos promovidos con naciones de la región para el establecimiento de bases militares… la amenaza más grave a la paz, la seguridad y la estabilidad de América Latina”.
La destrucción de la revolución bolivariana es prioritaria, además de por las causas señaladas, debido a los ubérrimos recursos energéticos de Venezuela, vorazmente ambicionados por Washington y sus aliados. Esto se manifiesta claramente en la conducta de la jauría mediática, que aunque ataca a todos los gobiernos progresistas se empeña en furia e intensidad singulares contra el venezolano. Es verdaderamente asombrosa la falta absoluta de ética profesional a que han llegado en su tratamiento de Venezuela medios como CNN, El País, The Washington Post y sus congéneres internacionales y venezolanos.
La disposición de las bases militares y despliegue de tropas yanquis desde América Central y el Caribe hasta América del Sur, sobre todo después del acuerdo para instalar siete de ellas en Colombia (ahora echado abajo durante un año por acuerdo de la Corte Constitucional de ese país), sumadas a las de Aruba y Curazao, evidencia que están enfiladas fundamentalmente contra Venezuela. Sin perjuicio, por supuesto, de actuar en cualquier momento contra gobiernos como los de Ecuador, Bolivia o Nicaragua.
Estados Unidos ha desplegado diversas formas de lucha contra la revolución bolivariana: huelgas patronales, golpe de Estado, paro petrolero, referendo revocatorio, guarimbas, movilización de estudiantes clasemedieros, acaparamiento por las empresas alimenticias privadas, todo regado de mucho dinero para la contrarrevolución. El arma preferida de los últimos tiempos con vistas a las elecciones del 26 de septiembre es una intensificación de la atroz campaña mediática dentro y fuera de Venezuela, manipulando de forma descontextualizada entre otros el real problema de la inseguridad, que el gobierno está atacando pero no tiene solución a corto plazo pues hunde sus raíces décadas atrás, si es que no ha sido exacerbado desde el exterior. Washington continuará intentando otras formas de subversión y le queda el peligrosísimo recurso al magnicidio pero dejará la opción militar como la última. Además los descalabros en Irak y Afganistán y los preparativos contra Irán le dificultan abrir ahora un frente de guerra en América Latina.
Por lo pronto, ganar las dos terceras partes de los escaños legislativos el 26 de septiembre es crucial para impedir un grave retroceso revolucionario en Venezuela y para la independencia de América Latina.
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