Here Comes the Tea Party!

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¡Que viene el Tea Party!

Se suponía que era pan comido para los republicanos de Delaware imponer a su candidato en las primarias -Mike Castle, un moderado ex gobernador- para ocupar en las elecciones legislativas de noviembre el escaño del Senado que desde siempre ha ostentado por ese pequeño y rico estado el vicepresidente de EE UU, Joe Biden. Pero fue en su lugar Christine O’Donnell, impulsada por el Tea Party, la que se llevó holgadamente la votación, para asombro del establishment. Ha sido la mayor campanada del movimiento populista, pero no la única, en las primarias republicanas para aspirantes al Senado, la Cámara de Representantes y las gobernadurías de varios Estados antes de unos comicios parlamentarios que pintan mal para las filas del presidente Barack Obama.

Si Obama y el Partido Demócrata van a perder a manos de la oposición republicana la mayoría que ahora disfrutan en la Cámara de Representantes y en el Senado, algo con lo que se especula abiertamente en Washington, se verá en seis semanas. Las encuestas no favorecen a un presidente que, según la opinión mayoritaria de sus compatriotas, no es capaz de despejar el horizonte económico ni de reducir el paro.

Lo que sí se puede calibrar a estas alturas es el impacto político de ese movimiento pretendidamente regeneracionista, ultraconservador en sus planteamientos, bautizado Tea Party, que en la estela del evangelio predicado por Sarah Palin abomina de Washington, de sus pompas y sus obras y al que votan básicamente personas de edad, blancas, acomodadas… y republicanas.

Es probable que Christine O’Donnell, demasiado derechista para Delaware, pierda en noviembre ante su rival demócrata, y perjudique así las posibilidades republicanas de hacerse con el Senado. Otros correligionarios suyos, novicios, también han desbancado en otros Estados a consolidados candidatos republicanos. Esa alarmante fagocitación desde la derecha está forzando al histórico partido conservador a escorarse aún más, en una acrobacia política que puede acabar enajenándole a su voto moderado. Esa es ahora la gran esperanza demócrata.

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