Time to Face the Truth: the U.S. and Its IllegalExperiments in Guatemala

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CUANDO ME ENTERÉ de los abominables experimentos realizados en Guatemala hace 64 años por un investigador estadounidense, pagados con dinero del gobierno de Estados Unidos, sólo lo creí al leer las declaraciones oficiales desde Washington.

Me dio dolor de cabeza, literalmente. Los sentimientos se arremolinaron en mi pensamiento: dolor, rabia, estupor, rechazo por esa muestra de irrespeto total a la dignidad humana, similar a las atroces acciones de los médicos nazis, aun ahora condenados por el mundo civilizado. Con la indignación bajo control, me di cuenta de la cantidad de verdades implícitas en la revelación obtenida en la investigación de la doctora Susan Reverby acerca del trabajo de un engendro maligno, John Cutler.

ENTRE LAS VERDADES señalo algunas conforme llegan a mi mente, no en una jerarquización. Ciertamente en esos tiempos la ciencia no había sido puesta tanto bajo la luz de la ética, como ahora. Pero pocos años antes, los países aliados en la guerra habían condenado a muerte a los jefes nazis por crímenes similares de lesa humanidad. Otra verdad se refiere al desprecio por la vida humana. Si nadie se había opuesto al genocidio de Hiroshima y Nagasaki, mucho menos lo haría con un experimento cuyo efecto directo alcanzaría a unos pocos miles de personas de una república bananera, para ajuste buscando una autonomía a causa del triunfo de una revolución popular basada en los mismos principios democráticos empleados para combatir al Eje.

SE REQUIERE ENTEREZA para haber admitido públicamente esta atrocidad, y por eso el presidente Obama merece crédito, pero el escándalo internacional hubiera sido aun mayor si se hubiera intentado ocultarlo. Esas son otras dos verdades. Y a estas se les agregan otras, como por ejemplo darse cuenta de la inhumanidad de los experimentos médicos, cubiertos y disfrazados con engaño. Lo ocurrido, quiérase o no, mancha a la investigación médica no sólo de entonces, sino también la de ahora, al abrir la razonable duda de cuántas veces más ha ocurrido algo similar. El caso Tuskegee, de Alabama, incluso fue peor: Cutler participó en investigaciones hechas por ¡40 años! a personas negras sifilíticas, pero sin inyectarles los virus.

HAY OTRAS VERDADES. Esta abominación no fue hecha por el pueblo estadounidense, cuya mayoría siente una vergüenza comparable al rechazo de los guatemaltecos. Tampoco la hicieron las actuales autoridades de Estados Unidos, cuyas disculpas son sinceras pero no suficientes. Poca duda puede caber acerca de la secretividad del experimento. Por eso, a mi juicio, los funcionarios guatemaltecos de entonces, y sobre todo el doctor Juan José Arévalo, son inocentes, y es una infamia tratar de insinuar siquiera complicidad de él en esto. Es absurdo, por otro lado, pensar en una intencionalidad estadounidense para manchar la memoria de la Revolución de Octubre. Simplemente la noticia salió a la superficie en una sociedad abierta.

LA VERDAD MÁS dolorosa es la referente al poco respeto a Guatemala y a su gente. Fue un grupo vulnerable, engañado, indefenso —sobre todo en el caso de los pacientes del neuropsiquiátrico— de donde surgieron las más inocentes víctimas. Haber infectado a mil 600 personas de una población capitalina de 250 mil habitantes, equivale ahora a unas 16 mil, en términos proporcionales. Para los estadounidenses, enterarse de esto sin duda es tan doloroso como para los guatemaltecos, pero las perspectivas son distintas: la del victimario y la de la víctima de un hecho perteneciente al pasado histórico tanto de los dos países como de la maldad humana, esta vez imposible de reducir porque fue perpetrada con la ausencia más absoluta de ética y de humanidad.

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