Los horrores cometidos
Sí, es espantoso. Contagiar de sífilis, gonorrea y chancros a un grupo de guatemaltecos para realizar experimentos y comprobar la eficacia de la penicilina es una aberración. ¿Pero acaso no lo es también haber financiado, apoyado y entrenado a quienes ejecutaron a cientos de miles de personas inocentes en las aldeas arrasadas?
¿Acaso no lo es haber diseñado y contribuido a implementar las estrategias contrainsurgentes que incluyeron los secuestros, asesinatos selectivos, torturas, violaciones y otros vejámenes en contra de los “enemigos del régimen”?
¿Es que ya se nos olvidó quién financió y entrenó al grupo de mercenarios que dieron el golpe contra el gobierno democráticamente electo de Jacobo Árbenz Guzmán, para defender los intereses económicos de compañías estadounidenses y dizque detener la “amenaza comunista”? ¿Es que no recordamos el origen de los escuadrones de la muerte, hoy convertidos en aparatos ilegales y cuerpos clandestinos que tienen capturadas las instituciones y actúan impunemente? ¿Es que acaso no fue suficientemente contundente el informe de la Comisión de Esclarecimiento Histórico de las Naciones Unidas que señala como responsables del genocidio al ejército de Guatemala, a la oligarquía y al gobierno de los Estados Unidos?
¿Quién si no estuvo detrás del Plan Cóndor en el Cono Sur, a partir del cual se cometieron los más aberrantes crímenes de lesa humanidad? ¿Quién si no apoyó las dictaduras de toda América Latina y entrenó a los oficiales en la Escuela de las Américas? ¿Quién si no dirigió operaciones encubiertas para eliminar líderes populares, gremiales y estudiantiles en Guatemala y en el resto del Continente durante los años de la Guerra Fría?
Los documentos desclasificados detallan buena parte de los horrores cometidos en nuestro país con el apoyo y financiamiento de los Estados Unidos.
Existen numerosos libros de autores guatemaltecos y estadounidenses que se refieren a la intervención norteamericana en Guatemala, que truncó un proceso democrático que, de haber continuado, habría cambiado el rostro excluyente, paupérrimo y desolador del país en el que hoy vivimos.
Lo que pasa es que una vez más sale a relucir la doble moral de nuestra sociedad, que justifica crímenes, masacres, torturas y escuadrones de la muerte (incluso las ejecuciones extrajudiciales que se cometen hoy en día) y condena únicamente los experimentos contra personas inocentes.
¿Es que acaso los niños, niñas, mujeres embarazadas y ancianos de las 600 aldeas masacradas no eran también inocentes? ¿Es que vivir en comunidades rurales e indígenas era suficiente motivo para abrir los vientres de las mujeres y estrellar a los fetos contra las piedras? ¿Es que violar a niñas y jovencitas, quemar vivos a parroquianos dentro de las iglesias y torturar a jóvenes en las plazas no es también espantoso?
Nada justifica el contagio realizado con enfermedades venéreas a nuestros compatriotas, y nada justifica el diseño, implementación, instrucción, apoyo y financiamiento de la política contrainsurgente de las dictaduras.
Y no solo se trata de pedir perdón. Es una cuestión de reparación y de justicia, para sentar un precedente y para evitar que continúen en otros escenarios (Afganistán e Iraq, en lugar de Guatemala y Vietnam) las estrategias y prácticas que violan los más elementales derechos humanos.
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