Afghanistan, the Impossible War

<--

Afganistán, la guerra imposible

Nueve años después de intervenir, con el visto bueno de la ONU, para acabar con el régimen talibán, EE UU y sus aliados buscan ahora cómo salir del país

La decisión de Pakistán de cerrar a la OTAN el paso de Khyber, por el que llega a Afganistán buena parte de los suministros necesarios para los 152.000 militares y los equipos bélicos con que mantienen la contienda, revela las cada día mayores dificultades que enfrentan las tropas en ese país centroasiático. Cuando se cumplen nueve años del inicio de la guerra en Afganistán, la Casa Blanca no tiene ni un plan de salida para sus militares ni uno que garantice la gobernanza del país. En medio del caos, tanto Washington como sus aliados parecen haber llegado a la conclusión de que se enfrentan a un problema mucho mayor: la extensión del conflicto a Pakistán, con 175 millones de habitantes y el único Estado musulmán con armas nucleares. La guerra de Afganistán ha pasado a denominarse el conflicto Af-Pak, con enormes consecuencias para la seguridad mundial.

El presidente afgano, Hamid Karzai, inauguró ayer el Consejo de la Paz, integrado por funcionarios y jefes tribales, para oficializar las negociaciones con los talibanes que se entablaron de forma directa y secreta este verano. Muchos de los 70 componentes de este consejo son antiguos miembros del régimen talibán o comandantes de esa guerrilla. Los contactos entre el Gobierno y los máximos responsables talibanes se han multiplicado en los últimos meses, conforme en la Casa Blanca ha aumentado el convencimiento de que Afganistán es una guerra imposible de la que solo se puede salir negociando.

Los expertos señalan que se ha llegado a esa convicción porque la insurgencia ha convertido el conflicto en una guerra de desgaste, en la que el tiempo no tiene valor para la guerrilla, que se mueve por el objetivo último de forzar la salida de las tropas extranjeras. En el derrocamiento del régimen talibán y hasta el final de 2001 murieron 12 militares aliados. Pero, llenas las arcas con el dinero del narcotráfico, el rearme y la eficaz captación por la guerrilla de jóvenes sin trabajo ha aumentado los ataques sobre las tropas aliadas hasta cotas inaguantables. En lo que va de año han muerto en Afganistán 563 soldados, la mayoría de EE UU, aunque otros países como Reino Unido y Canadá también han pagado un alto precio. Ambos ya han anunciado su retirada: Ottawa en 2011 y Londres en 2015.

Para muchos expertos, “llegó demasiado tarde” la estrategia de Barack Obama de incrementar en 30.000 soldados su despliegue en Afganistán con el objetivo de reducir la insurgencia. Esta había crecido de forma exponencial mientras Washington “se distraía” con la campaña de Irak.

Según el diario The Guardian, el Gobierno afgano ha hablado incluso con el clan de Haqani -que el espionaje paquistaní describe como la principal guerrilla, la más poderosa y la más radical-. Yalaludin Haqani adquirió su reputación como comandante guerrillero durante la guerra contra los soviéticos (1979-1989), en la que también estableció estrechos contactos con la CIA y con Osama Bin Laden, uno de los saudíes que financiaba la contienda contra los infieles comunistas. De ahí procede su conexión con Al Qaeda, que mantiene, y sus estrechos vínculos con los talibanes paquistaníes y con el poderoso ISI (el militar Servicio Interior de Inteligencia).

La intervención de Arabia Saudí y de otros países del Golfo para facilitar los contactos entre Gobierno afgano y la insurgencia ha permitido a los hombres de Haqani iniciar negociaciones sin la condición exigida anteriormente de que primero salieran las tropas extranjeras. Pero mientras la negociación se abre camino en Kabul, se complica la situación al otro lado de la llamada línea Durand, la frontera trazada por el Imperio Británico que divide a la etnia pastún entre Afganistán y Pakistán y que ninguno acepta.

“No existe justificación ni explicación” para el aumento de los bombardeos en suelo paquistaní con aviones no tripulados de EE UU contra talibanes y miembros de Al Qaeda en los que también mueren civiles, declaró ayer el portavoz de Exteriores.

La muerte, la semana pasada, de tres soldados paquistaníes por una incursión de un helicóptero de la OTAN colocó al país en pie de guerra. Por Pakistán transita el 80% del suministro de las tropas destacadas en Afganistán y ahora solo tienen abierto el paso de Quetta. Miles de camiones aguardan la reapertura de Khyber y los talibanes han incendiado ya más de 80 vehículos.

Una radicalización de Pakistán es lo peor que podría afrontar la comunidad internacional. Washington le ha pedido disculpas por los ataques y la UE anunció ayer facilidades para las importaciones paquistaníes. Diálogo y diplomacia se alzan como las principales armas del conflicto Af-Pak.

About this publication