=== Ahora, a hablar del desagravio ===
Ni el más acérrimo enemigo de Estados Unidos hubiera pensado en la posibilidad de lo que ocurrió en Guatemala hace 64 años. El indignante experimento para comprobar la efectividad de la entonces poco conocida penicilina y con ese fin inyectar sífilis, gonorrea y chancros intencionalmente y sin decírselo a prostitutas, soldados y presos, así como a los indefensos pacientes mentales, rebasa todos los límites imaginables.
Toda esta infamia se ahonda porque fue realizada con fondos del gobierno de entonces y con el conocimiento de la Sociedad Interamericana de la Salud, que también debe pronunciarse y al menos pedir un perdón similar.
La respuesta a la pregunta más lacerante, ¿por qué Guatemala?, puede buscarse en la época histórica en que ocurrió esta abominación: el gobierno del doctor Juan José Arévalo, sin duda inocente del espeluznante proyecto, y un eminente humanista guatemalteco a la cabeza de un país que con los avances de la Revolución de Octubre se rebelaba ideológica y socialmente a la influencia estadounidense, en pleno auge como consecuencia de la victoria aliada en la Segunda Guerra Mundial y el inicio de la Guerra Fría, factor que años después tanto incidió en la dolorosa historia guatemalteca.
Las declaraciones de la secretaria de Estado, Hillary Clinton, y las disculpas ofrecidas por el presidente Barack Obama se pueden analizar tanto desde el punto de vista de la valentía al afrontar un hecho histórico que llena de vergüenza a Estados Unidos y a la ciencia del mundo, como del de constituir la única reacción posible, ante el riesgo de que la Prensa estadounidense o internacional descubriera el resultado de la investigación de la doctora Susan Reverby acerca del trabajo del doctor John Cutler, quien también participó en un experimento muy parecido realizado por décadas en Alabama con negros pobres sifilíticos.
Es inútil investigar si hay sobrevivientes. Los más jóvenes, en todo caso, tendrían unos 85 años, es decir, mucho menos del 1 por ciento de la población. Por eso, la contrición de las actuales autoridades estadounidenses, que sí se puede considerar sincera, debe ir en la ruta de un desagravio que abarque a miles de guatemaltecos. No es suficiente calificarlo de investigación reprochable bajo el pretexto de la salud pública, y señalarlo como práctica abominable de un suceso atroz. Lo es, obviamente. Pero ahora es el momento de que el actual gobierno estadounidense, también demócrata como el de Harry Truman —en cuya administración ocurrió este abyecto hecho—, tome medidas específicas para probar el respeto a los guatemaltecos, que es señalado en la declaración oficial.
La respuesta de Estados Unidos debe ser asegurarles a los inmigrantes guatemaltecos el cese de la persecución actual, dar el estatus especial otorgado a ciudadanos de otros países, programas adicionales de asistencia y de ayuda para la reconstrucción del país luego de los devastadores daños del actual invierno. Solo de esa forma se podrá hablar de perdón y de olvido de una realidad que tiene absolutamente todos los elementos de una pesadilla.
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