“¿Podrá salvar Mamá-en-jefe a los demócratas?”. Con este titular, algunos de los más importantes medios de comunicación se preguntaban ayer si Michelle Obama será capaz de conjurar la amenaza de una humillante derrota electoral que anticipan la mayoría de las encuestas a los candidatos de ese partido.
A sólo tres semanas de las elecciones de medio término, el Partido Demócrata decidió echar mano de la esposa del presidente que, a diferencia de su marido, goza de una robusta popularidad con más del 65% de apoyo en las encuestas.
Poco más de 20 puntos porcentuales de ventaja frente a Barack Obama que, ayer mismo, volvía a deslizarse a la baja con un apoyo de 43%, el peor índice de aceptación desde que asumió el cargo en enero de 2009, según los datos de la encuesta difundida ayer por Reuters-Ipsos.
Buena imagen
La buena imagen de Michelle, que ha decidido entrar en acción para apuntalar las posibilidades de varios candidatos demócratas en apuros, ha salido así por primera vez a la palestra en los estados de Wisconsin e Illinois para tratar de recomponer el horizonte de unas elecciones que se transformarán en una forma de referéndum hacia la presidencia de Obama.
De la maltrecha imagen de los demócratas dejaba ayer constancia la encuesta conducida por Reuters-Ipsos, según la cual, en las elecciones del próximo 2 de noviembre se producirá una arrolladora victoria de los republicanos en la Cámara de Representantes con un total de 227 escaños, mientras los demócratas retrocederán hasta los 208. En el Senado, esta misma encuesta sugiere que los demócratas mantendrían a duras penas el control con 52 escaños, ante los 48 de los republicanos. De acuerdo con el sondeo, 48% de los posibles votantes optarán el próximo 2 de noviembre por un candidato republicano, mientras que 44% le apostará a un aspirante demócrata.
El intento de Michelle Obama por recomponer los apoyos que hoy parecen abandonar a los demócratas, tras un año de parálisis en el Congreso y con cifras de desempleo no vistas en el último cuarto de siglo (9.6%), arrancaba en los estados de Wisconsin e Illinois.
“Les pido que acabemos lo que iniciamos hace menos de dos años; que avancemos en los proyectos de progreso que hemos conseguido”, dijo Michelle ante un auditorio conformado principalmente por mujeres que acudieron en apoyo del senador demócrata por Wisconsin, Rusell D. Feingold, que enfrenta unas elecciones difíciles en busca de un cuarto mandato.
En su primera intervención desde que participó en la campaña presidencial de 2008, Michelle Obama reconoció ante los asistentes que, a diferencia de hace casi dos años, “el entusiasmo ha ido a menos”, en buena medida por la frustración de millones de familias que todavía no ven el cambio prometido por Barack Obama cuando llegó a la Casa Blanca.
“Desde antes de que Obama llegara a la presidencia, nos dimos cuenta de que el sueño americano se estaba difuminando para muchas familias que no tienen trabajo, que han perdido sus casas o que no tienen seguro médico”, dijo Michelle, al reconocer que la agenda del cambio prometida por su esposo aún tardará en llegar, por culpa, dijo, de una recesión heredada de la anterior administración que ha retrasado la recuperación y la creación de nuevas fuentes de trabajo.
“Pero hoy, he decidido salir no para ganar una elección, sino para renovar la promesa de restaurar el sueño americano”, insistió Michelle Obama, que se ha convertido en el bateador emergente de los demócratas y la Casa Blanca para tratar de evitar un descalabro electoral que dejaría a merced de los republicanos la agenda del cambio de Barack Obama.
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