Hoy los demócratas tienen una cómoda ventaja de 59-41 en el Senado y 255-178 en la Cámara, producto en gran medida de la impresionante victoria de Barack Obama hace dos años, en la que se combinó su excelente campaña de esperanza con un fuerte rechazo a Bush. Pero ahora, Obama no ha logrado despertar entusiasmo y el blanco del descontento es él.
El desempleo (9,4%) es el más alto desde la Gran Depresión de 1930. Pese a las billonadas de dólares de los bolsillos de los contribuyentes que se les inyectaron a los bancos, la economía nada que despega.
Es cierto que el desastre fue heredado y que se logró evitar el colapso del sistema financiero mundial. Pero en una campaña electoral, “Pudo haber sido peor”, no es un eslogan tan llamativo como “Yes we can”.
Obama ha tenido grandes éxitos, como la reforma del sistema de salud más importante de toda la historia, ampliando el acceso a millones que carecían de cualquier tipo de cobertura.
Sin embargo, los efectos positivos de tan ambiciosa empresa tardan años en sentirse y, para colmo de males, los pobres, los más beneficiados, son los que menos votan.
Mientras tanto, para la extrema derecha, Obama está imponiendo el socialismo. El inusitado éxito del Tea Party se nutre del fuerte sentimiento anti-Obama, particularmente entre hombres blancos de clase trabajadora, aprovechándose de la ignorancia rampante (cerca del 25% de la población cree que Obama es musulmán y que no nació en Estados Unidos), alimentando el odio y el temor con tintes de racismo. Como lo señaló el ex presidente Bill Clinton, “los del Tea Party hacen que Bush parezca liberal”.
Ya han empezado a surtir efecto las campañas dirigidas a develar quiénes son estos nuevos republicanos, muchos sin experiencia alguna, billonarios con dudosos pasados o personajes excéntricos, como la candidata en Delaware, que se volvió celebridad nacional al sostener que la masturbación es un pecado. Y algunos demócratas registran repuntes.
No obstante, se corre el riesgo de que tanta campaña negativa produzca más bien una mayor apatía. Mientras en 2008 votó un histórico 58%, la participación en elecciones de mitad suele estar alrededor del 40%, lo cual significa que el voto disciplinado de la extrema de derecha, pocos pero firmes, pesa mucho más.
La eventual derrota de Obama y los demócratas tiene grandes repercusiones. De ganar los republicanos, no serían los mismos sectores “serios” del establecimiento, sino unos fanáticos peligrosos e impredecibles.De todas maneras, aún con una derrota, no es el fin de Obama.
Si bien los niveles de descontento son altos, sigue teniendo a su favor el hecho de que no hay figuras de talla nacional que le puedan disputar la presidencia en 2012. La más visible sigue siendo Sarah Palin, quien produce más risas que votos.
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