Hace casi medio siglo, el último y verdadero gran liberal conservador norteamericano, Barry Goldwater, pronosticó algunos de los peligros que hoy vivimos en la política norteamericana. Partiendo de la Constitución y de los preceptos jeffersonianos de que el gobierno funciona mejor cuanto más pequeño y limitado es, Goldwater preparó el camino para el auténtico progreso sin dejar a un lado los valores tradicionales. Lamentablemente, el Partido Republicano se olvidó de muchas de las ideas de Goldwater y acompañó en muchas ocasiones a los grandes programas gubernamentales propugnados por el Partido Demócrata.
Ronald Reagan, que debe mucho a Goldwater, quiso enderezar el rumbo y lo hizo durante los años ochenta. Lo mismo ocurrió con el “Contrato con América” de Newt Gingrich en 1994, pero aquello quedó nuevamente descafeinado por el impulso de una cultura política de la dependencia refrendada por un mal entendido moderantismo. Traigo esto a colación porque ha sido precisamente Newt Gingrich quien ha tocado estos días la cuerda correcta al criticar y verificar con datos la vasta expansión del tamaño y poder del Gran Gobierno bajo Barack Obama.
Al hilo de las elecciones intermedias por venir, Newt Gingrich escribió hace unos días una carta a los líderes del Partido Republicano donde recordaba una diferencia fundamental y de principio entre los dos partidos: que mientras el partido de Obama-Reid-Pelosi es la coalición política de los vales de comida, el Partido Republicano es el partido de los sueldos y nóminas por el merecido trabajo de cada individuo. Gingrich daba así en el clavo en cuanto a un hecho comprobable y que tiene paralelos con los partidos socialdemócratas europeos: que el Partido Demócrata catapulta una cultura política de la dependencia respecto al Estado Niñera subyugando así al ciudadano.
Resulta así necesario contrastar lo hecho por Obama y sus aliados con el espíritu de Goldwater y Reagan, razón de más para que los republicanos deban seguir promoviendo la cultura de la independencia, la del empleo y la libertad, la de la responsabilidad individual y la del éxito del ciudadano gracias a su trabajo. Porque en la América diseñada por Obama y sus mayorías en el Congreso, lo que hoy impera es precisamente la falta de trabajo. Y lo que más abunda son los programas de vales de comida, los llamados “food stamps”. En este último mes de junio, el Gran Gobierno que tanto gusta a la ideología pseudo-progresista de Obama distribuyó más vales de comida que en toda la historia anterior de esta nación.
Esa cultura de la dependencia respecto al gobierno es precisamente lo que el “Tea Party” está poniendo en tela de juicio, de ahí la obsesión de la izquierda política de vilificar a ese movimiento ciudadano. Cuando en enero de 2007, Nancy Pelosi y Harry Reid empezaron a controlar el Congreso con sus mayorías electorales, el desempleo en Estados Unidos estaba en el 4,6% y el uso de dichos vales de comida llegaba a 26,5 millones de norteamericanos. Casi cuatro años después, hoy el paro alcanza el 9,6% y uno de cada ocho norteamericanos recibe dichos vales de comida, o sea casi 42 millones en total.
La referida carta de Newt Gingrich no ha sentado muy bien al liderazgo del Partido Demócrata. Nancy Pelosi –cuyo puesto presidencial en la Cámara de Representantes peligra seriamente– reaccionó afirmando de forma absurda que esos vales de comida suponen en sí creación de empleo y que por cada dólar gastado en dichos vales se obtiene beneficio para el Gobierno Federal. Esta mediocre política de San Francisco parece entender poco o nada de economía. De ser así, si de cada dólar gastado en esos vales, se generan setenta y nueve céntimos –como ella argumenta–, ¿por qué no dedicar entonces toda la inversión nacional a esos vales de comida? Pero nada de eso. Lo que ocurre es que –como indica el socialismo de pandereta– de lo que se trata es de tener controlados a los ciudadanos. “Si me votas, te doy un vale, si no me votas, te lo quito”. Tal es la política de tómbola, donde todo sirve y donde cualquier menda sirve para ocupar cualquier cartera.
Estos demócratas que hieren con sus actos la palabra con la que dotan a su partido ven la sociedad como un engendro de personas que no pueden sostenerse por sí solas. Ven al ciudadano como incapaz y ante el que hay que regular todo ya que juzgan que el pueblo es ignorante y los sabios están en el Congreso. Oponerse a esa arrogante cultura de la dependencia debe ser la bandera de todo ciudadano que quiera ser libre. Aquí en Estados Unidos y en todo el mundo. Tal debe ser la fuerza que mueva a los que no quieren ser serviles y depender de estos trapecistas del dinero público. A fin de cuentas, como bien apuntó Margaret Thatcher, el gran problema del socialismo –y aquí del Partido Demócrata– es que tarde o temprano el dinero del otro se acaba.
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