WikiLeaks: The Doubts

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El gran golpe de Wikileaks, el pequeño David que hace temblar al gigantesco Goliat americano, como todo en la vida, tiene su sombra. La dureza del golpe explica la intensidad con que se nos proyectan estas sombras. Lo ha perpetrado un ser humano, rodeado de seres humanos, y limitado por sus virtudes y sus defectos, su biografía y su biología: ya hemos empezado a conocer su perfil, demasiado humano, tanto como las filtraciones de documentos y el contenido y significado de todo este papeleo digital. Desde hace meses este hombre, Julian Assange, y su organización, Wikileaks, se han convertido en el enemigo a abatir. Ahora sabemos poco todavía, pero no hay que preocuparse. Lo sabremos todo. Y ojalá todo quede en conocimiento. Ojalá no termine todo como una mala novela negra, con cadáveres incluidos.

Lo importante es, ante todo, saber lo que ha sucedido. Estamos hablando de la verdad de los hechos, ni siquiera de opiniones e interpretaciones. Y lo que ha sucedido en Irak es de una gravedad extrema que requiere la actuación de la justicia. Esto es lo segundo: la filtración confirma todos los errores criminales de Bush pero también los de Obama, incluido su intento de correr un tupido velo sobre el pasado: no se puede, no es posible: el mar termina devolviendo los cadáveres a la playa. Llegamos así al tercer elemento: ese ejército supertecnológico, el más poderoso del mundo, auxiliado por ejércitos privados costosísimos y apoyado por un aparato propagandístico espectacular se ha quedado pasmado y desnudo como el rey del cuento por la acción de unos francotiradores de la información digital que han conseguido llegar a donde los medios tradicionales no podían hacerlo.

Ahora vamos a hablar de Assange. Vamos a poner en duda su papel y el del personaje misterioso y conspirativo que se ha creado, su personalismo y su vedetismo, el autoritarismo que trasluce en sus entrevistas y la mitomanía que se desprende de sus frases más pomposas. Pero acompañaremos cada observación crítica de una jaculatoria, un párrafo, el último, del editorial del diario israelí Haaretz de ayer. Es ésa: “La democracia tiene una mano atada a la espalda, dijo el presidente jubilado del Tribunal Supremo (israelí) Aaron Barack. Y así es como debe ser. La circulación de la información refuerza la democracia”.

Assange parte de un principio más que dudoso, que ya ha servido a muchos medios de comunicación, últimamente más conservadores que progresistas, más de derechas que de izquierdas, consistente en situar a la transparencia en la cúspide de la pirámide de la virtud, como un bien absoluto. Que todo se sepa, que la luz se haga y llegue hasta los más recónditos y oscuros rincones de la vida pública y por qué no de la privada. Sin intermediarios establecidos, los periodistas; sin control de funcionarios ni de jueces; todo en manos de la personalidad elegida por la virtud de la transparencia para que sitúe los focos sobre la entera realidad que se quiere revelar. Del poder debelador que da el trato frecuente con la transparencia se desprenderá muy pronto la inversión diabólica, en forma del periodismo más canalla e infame, dispuesto a manipular y mentir hasta conseguir su objetivo inquisidor.

Assange no está en esto, absolutamente, al menos todavía, pero su exhibición de un poder omnímodo en su organización para decidir qué se publica y qué no, su desprecio del periodismo tradicional y ese punto de mesianismo redentor que traslucen sus frases nos obligan a levantar la guardia. Y dicho esto, repitamos: : “La democracia tiene una mano atada a la espalda, dijo el president jubilado del Tribunal Supremo (israelí) Aaaron Barack. Y así es como debe ser. La circulación de la información refuerza la democracia”.

Assange maneja una cantidad enorme de información y gracias a esta información que maneja ha conseguido una también enorme notoriedad y un poder extraordinario. Pero no nos ha dado todavía la única información relevante que ahora esperamos todos quienes queremos que su trabajo quede perfectamente acreditado y avalado. Necesitamos saberlo todo de Wikileaks. Quiénes les financian y quiénes y cómo toman las decisiones. Cómo funciona y cómo argumenta cada una de las actuaciones realizadas hasta ahora. No nos bastan las entrevistas concedidas por Assange. Tampoco nos gustan sus actitudes novelescas que acompañan a su escasa disposición para aplicarse a sí mismo la transparencia. No queremos leyendas ni intrépidos e incorruptibles salvadores, sino instituciones democráticas, las únicas que nos garantizan la libertad y el derecho a conocer la verdad de las cosas. ¿Quién nos garantiza que detrás de Wikileaks no están los servicios secretos de una gran potencia, como Rusia o China? Pero dicho esto, recordemos por si acaso: “La democracia tiene una mano atada a la espalda, dijo el presidente jubilado del Tribunal Supremo (israelí) Aaron Barack. Y así es como debe ser. La circulación de la información refuerza la democracia”.

(Como en las viejas historietas, continuará, claro que continuará. De momento recomiendo la lectura de tres textos que ilustran muy bien la personalidad enigmática de Assange: un perfil de New Yorker, una crónica de New York Times y la entrevista de Joseba Elola en El País, y además el editorial de Haaretz.)

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