Tuesday of Horror for Obama

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Justo hace dos años que Barack Obama fue electo presidente de los Estados Unidos. En ese entonces el gran júbilo de sus simpatizantes no dejó ver claramente las profundas divisiones políticas que prevalecían en este país y que hoy están de nuevo en la balanza con dos versiones totalmente diferentes del gobierno y la sociedad que los estadunidenses quieren.

Este martes hubo elecciones. Al momento de escribir esta columna los resultados son parciales, pero en juego están 37 gubernaturas estatales, 37 escaños del Senado y el total de los 435 diputaciones de la Cámara de Representantes. Obama no estuvo en la boleta, pero prácticamente sus dos primeros años de gobierno sí, porque estas elecciones son consideradas como un referéndum a los 24 meses que el mandatario lleva en el cargo.

Y todas las encuestas sugieren que ni Obama ni su partido demócrata saldrán bien librados. Con una economía a la que no se le ve señales de recuperación y un desempleo a la alza, lo más seguro es que los republicanos tomarán control de la Cámara baja y podría ser que hasta del Senado.

Por lo pronto el presidente decidió cancelar todos sus actos públicos programados y pasó el martes metido en la Casa Blanca, esperando como el resto de la nación los resultados de lo que se predice será la peor derrota demócrata en décadas.

El mandatario, que ha prometido hablar públicamente este miércoles sobre las elecciones, estudia, dicen los expertos, cómo seguir adelante con un Washington controlado por sus oponentes.

Obama, que había venido participando activamente en campañas a favor de los demócratas, en los últimos días lucía cansado y sin mucha energía, a la vez que sus discursos proselitistas han carecido totalmente del brillo y la elocuencia que lo caracterizaron cuando luchaba por llegar a la Oficina Oval.

Y tal vez no es para menos. No sólo una última encuesta aseguró que sólo 35 por ciento del público piensa que llegado el día será reelecto, sino que a partir de mañana lo más seguro es que ninguno de sus proyectos o iniciativas serán alguna vez realidad. Y eso sin contar que hay posibilidades de que se dé marcha atrás a victorias ya ganadas como la reforma al sistema de salud.

A diferencia de otros países, aquí las campañas políticas no concluyen antes de la elección. Aun en el día de votar la propaganda está por todas partes, en las calles, la radio y la televisión.

Y si estas campañas fueron abundantes en veneno, lo fueron más en dinero, estimándose que los candidatos gastaron en total más de cuatro mil millones de dólares en promoverse y atacarse unos a otros. Al grado que algunas empresas trasmisoras han tenido que rechazar publicidad electoral por falta de tiempo y espacio.

Y eso es nada. Los analistas predicen que para el 2012, cuando la batalla por la presidencia esté aquí, esa cantidad de dinero se duplicará como consecuencia del dictamen emitido por la Suprema Corte que autorizó a empresas, sindicatos y grupos privados a donar fondos sin límite a partidos y candidatos, sin tener que revelarlo o siquiera identificarse.

Pero si bien el dinero jugó un papel primordial en estas elecciones, el factor principal fue el movimiento del llamado Tea Party. Fueron ellos los que usaron la retórica más fuerte y la división ideológica más acentuada. Sus miembros, conservadores de derecha, creen en una menor participación del gobierno en la vida de los ciudadanos y buscan una reducción a los impuestos.

Este grupo, del que se dice está integrado por los estadunidenses enojados y frustrados con la vida política de su país, ha llegado a rechazar inclusive a republicanos moderados, al tiempo que presentan al presidente Obama como un comunista con una agenda en contra de su propio país.

Por cierto que aunque dicen que a la victoria le sobran padres pero la derrota siempre es huérfana, aquí la culpa del gran fracaso demócrata se la echan ya desde hoy a Obama, aunque sus fieles seguidores argumentan que la explicación más simple es que fue la economía.

En todo caso, si como se espera, los republicanos obtienen la mayoría y el control de cuando menos una de las dos cámaras del Congreso, lo más seguro es que habremos visto ya todo lo que el gobierno de Obama podría lograr. De aquí en delante será difícil que el presidente que tanto prometió pueda convertir en ley promesa alguna.

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