Barack Obama llegó al poder en medio de una profunda crisis económica y social en su país y, como si fuera poco, con la herencia de dos guerras costosas e impopulares. En consecuencia -dice el profesor Abraham F. Lowenthal, de la Universidad de California-, pocos países esperaban que le dedicara mucha atención a América Latina y el Caribe: ninguno constituía un peligro inminente para la seguridad de Estados Unidos. Y, como es sabido, luego del 11 de septiembre, Washington solo miraba a sus vecinos bajo el prisma del terrorismo.
Sin embargo, una vez elegido, las cosas cambiaron. Que los problemas de América Latina no fueran ‘apremiantes’ no implicaba que no fueran ‘importantes’. “Esta percepción se hizo patente muy pronto debido a los problemas agravados de México”. La violencia que generaba el narcotráfico, sumada a la desaceleración de su economía -por cierto, culpa de la crisis estadounidense-, hizo aparecer la urgencia. Y, como una consecuencia lógica, llevó a que Obama reconociera la gran importancia de las Américas para su país: necesitaban de la fuerza laboral de sus inmigrantes, de sus recursos energéticos; sin su colaboración no podían enfrentar asuntos transnacionales como el cambio climático y el narcotráfico.
El gobierno de Obama entendió -los hechos son tozudos- que debía hacer algo. Y algo distinto a sus antecesores, of course, estamos hablando nada menos que de un presidente humanista, inteligente, persuasivo y moderno. Aunque, en los Estados Unidos, entre el dicho y el hecho media una aparatosa burocracia. “En últimas, la política de los grupos de interés y de la burocracia, moldeada por cálculos de política interna y estimulada por la polarización ideológica, generalmente tiene mayor impacto en la política exterior hacia América Latina que los grandes diseños de política externa”. Las inconsistencias y las contradicciones son inevitables: rechazan el proteccionismo pero invitan a “comprar ‘americano'”; hacen acuerdos energéticos pero
subsidian su etanol y gravan el etanol importado; prohíben a los camioneros mexicanos ingresar a su territorio violando el tratado Nafta.
Así las cosas, las expectativas deben ser modestas. Pese a las buenas intenciones de restablecer relaciones con Cuba, como lo demuestra Dan Erikson, asesor del Departamento de Estado, no se ha pasado del levantamiento de unas pequeñas restricciones de la era Bush para viajes y remesas, ni de la aprobación de unas inversiones en comunicaciones y de la normalización de las comunicaciones postales. Sigue vigente la prohibición de visitas normales de los estadounidenses a la isla. Para Laurence Whitehead, de la Universidad de Oxford, desde la perspectiva latinoamericana dicha parálisis puede ser vista como una oportunidad perdida: “Es probable que Obama no estuviese dispuesto a pagar el precio político que una actitud más abierta frente a Cuba hubiese significado dentro de los Estados Unidos”.
Más de lo mismo, nada ha cambiado, dicen algunos. Bajo el rostro de Caperucita, lo que hay es el mismo lobo con sus mismas prácticas unilaterales e impositivas. Y resulta difícil contradecirlos cuando se observa la actuación del gobierno de Obama en los casos de las bases militares en Colombia y la interrupción constitucional en Honduras. Cuando se escucha a Hillary Clinton amenazar a Bolivia, Brasil y Venezuela solo por haber invitado a sus países al Presidente iraní. “Cada país ejerce la democracia como la considera conveniente. Los Estados Unidos lo hacen a su manera y no todos están de acuerdo en cómo se comporta su gobierno”, tuvo que responderle Lula da Silva.
Whitehead no cree que en la actualidad exista un marco general de políticas con un liderazgo de alta visibilidad y tampoco un empuje para recomponer las relaciones hemisféricas. No obstante, el hemisferio occidental es para él un área todavía propicia para que los Estados Unidos se vuelvan a posicionar y recuperen su credibilidad internacional. “Pero garantizar esto requiere de mayor innovación, atención que se prolongue en el tiempo, voluntad de parte de los Estados Unidos de tratar a sus aliados regionales como iguales”.
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