Washington Shows Its Teeth to Pyongyang

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El portaviones estadounidense «George Washington», una máquina de guerra de 97.000 toneladas y propulsión nuclear, zarpó ayer de la base navaljaponesa donde se encontraba atracado, rumbo a la península coreana. La Casa Blanca ha decidido mantener un compromiso militar que dura más de medio siglo y colaborará activamente con Corea del Sur para enseñarle los dientes al régimen norcoreano

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Ruinas y escombros: La isla de Yeonpyeng quedó devastada por el ataque

24 Noviembre 10 – Pekín – Ángel Villarino / Corresponsal Extremo Oriente

El martes, la dictadura comunista consumó una provocación hasta ahora inédita en su largalista de gamberradas, bombardeando una base militar y un pueblecito de pescadores situados en la isla de Yeonpyeng, a pocos kilómetros de sus costas.

Además de los dos soldados caídos el martes, ayer se descubrieron nuevos cadáveres, calcinados en medio a los escombros del bombardeo. Fueron identificados como dos trabajadores de la construcción, de unos 60 años de edad, y se han convertido en las primeras víctimas civiles del conflicto en años. Como medida de precaución, la población de Yeonpyeong y otras islas adyacentes ha sido evacuada y enviada a la ciudad peninsular de Incheon, a unos 50 kilómetros de Seúl.

Estados Unidos, que nunca ha abandonado Corea del Sur desde la guerra de los años 50, mantiene cerca de 30.000 soldados en el país. Incluso en la capital, Seúl, los marines ocupan barrios enteros. La defensa de la Corea democrática depende enteramente del Pentágono, hasta tal punto que, en caso de que se desaten las hostilidades, la comandancia norteamericana pasaría automáticamente a tomar el mando de lasituación, coordinando a los soldados surcoreanos. De hecho, en junio de este año y preocupado por la creciente agresividad del «hermano» comunista, el presidente Lee Myung-bak prorrogó el control estadounidense en tiempo de guerra por tres años más, hasta 2015.

En este contexto, y después de hablar por teléfono con Lee Myung-Bak, Barack Obama dijo ayer que la amenaza de Pyongyang «necesita ser tratada». La presencia disuasoria del portaaviones se enmarcará en unas maniobras militares de cuatro días que empezarán el domingo yque, según la comandancia de EEUU en Seúl, estaban programadas desde hacía tiempo. No queda claro, sin embargo, si enviar el «George Washington» formaba parte del plan inicial.

La gran incertidumbre escómo reaccionará el Ejército de Kim Jong Il. Según analistasconsultados, las maniobras aumentarán la tensión, pero era necesario hacer algo tras la provocación del martes. Para EE UU se trata de una situación delicada, ya que lo último que necesita Washington en estos momentos es una guerra en el Mar Amarillo contra el país más militarizado del mundo, que podría disponer de armas atómicas y que sostiene un Ejército de cerca de un millón de soldados bien armados, aunque sea con tecnología obsoleta. Así, al tiempo que manifestaba su apoyo a Seúl, Obama llamaba a la calma. «No estoy barajando acciones militares en este momento. El ataque (de Norcorea) es sólo una más en la serie de provocaciones que hemos visto a lo largo de los últimos meses».

En realidad las provocaciones no son sólo cosa de los últimos meses: el comunismo norcoreano tiene un abultado expediente de misiones terroristas, ataques y proyectos bélicos. En 1968 y 1974, sus agentes intentaron asesinar al presidente surcoreano Park Chung Hee.

En el segundo intento mataron a su mujer. En 1983, pusieron una bomba durante una visita presidencial a Birmania y acabaron con la vida de cuatro ministros del gabinete surcoreano. Dos años después, atentaron contra un avión de Korean Airlines asesinando a 115 pasajeros.

Desde los años 90 y hasta ayer, los combates han tenido lugar fundamentalmente en el mar: infiltración de submarinos, intercambio de disparos, barcos hundidos, etcétera. El último gran ataque, uno de los más graves en la historia del conflicto, tuvo lugar el 26 de marzo de este año, cuando un torpedo norcoreano envió al fondo del mar la corbeta «Cheonan», matando a 46 marinos surcoreanos. No era la primera provocación, ni la última.

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