Los consumidores voraces en las calles de Nueva York y los no menos insaciables compatriotas que abarrotan la Uyustus “celebran” la Navidad comprando.
Los acuerdos de la COP16, a los que sólo Bolivia se opuso, no acaban de ser asimilados; mientras mundo afuera países comunistas industrializados como China celebran la llegada del Niño Jesús con mayor crecimiento económico. En un acto de evidente descaro, los chinos defienden su derecho a destruir para crecer y ahora encabezan la lista de los países que amenazan la casa de la humanidad. Del otro lado, sin distinción de gentilicios, todos quieren los regalitos así sean juguetes con tóxica pintura de plomo o baratijas producto del trabajo semiesclavo.
Sé que voy en contra al espíritu de paz y amor del momento. Pero no puedo evitar pensar con rigor sobre algo tan grave. No se necesita de wikileaks para saber que los seres humanos carecen de moral cuando de comercio se trata. La pena es que las consecuencias son un “regalo de griego” no sólo para las generaciones venideras, sino para la nuestra.
Un trabajo sobre el frágil ecosistema del lago Titicaca realizado por el Florida Institute of Technology ha estudiado sedimentaciones de 370 mil años y llegado a conclusiones consideradas “catastróficas”, un adjetivo que los científicos esquivan hace mucho para referirse a los problemas en esta parte del mundo.
Según el estudio, de continuar el aumento de temperaturas en el planeta de 1,5 a 2 grados centígrados hasta el 2050, 85% del Lago Sagrado habrá desaparecido. Y con él la cuna de las culturas Quechua y Aymara. El calentamiento global reducirá la 4ta fuente de agua dulce del mundo a un clon del lago Assal: una mancha de líquido salado, sin vida.
Para esa época me temo que la metrópoli conformada por La Paz y El Alto será un recuerdo. Los glaciólogos creían que el hielo de Chacaltaya se acabaría el 2015, pero murió 6 años antes. Esos mismos científicos creen que los glaciares Tuni y Condoriri se acabarán el 2025 y el 2035. Si sus cálculos son correctos, muchos no estaremos por aquí para ver la agonía del Titicaca, porque no habrá agua para vivir.
Sin embargo, en contra de la razón, consumimos sin conciencia contribuyendo con nuestro calentamiento local. 1 de cada 2 litros de agua tratados por EPSAS es desperdiciado irremediablemente. Criticamos el consumo primermundista, pero los emulamos esforzadamente. Para cada dólar de PIB que Bolivia genera, produce el doble de contaminación que sus pares latinoamericanos.
Ni le cuento que la mayor causa de gases de efecto invernadero a nivel mundial es provocada por los incendios forestales, los que en Bolivia arrasan sin conciencia millones de hectáreas, colocándonos en un incomodo índice de contaminación per cápita del que nadie habla.
Hace poco, una alta autoridad del departamento me confirmó dolorosas sospechas: saben que La Paz y El Alto, así como todos los habitantes del altiplano, no estaremos aquí en unas décadas más. Pese a ello, no hay iniciativas serias de adaptación. Si nos dan una parte del dinero acordado en la COP16, no sabremos cómo gastarlo sensatamente.
¿No sería lindo que Papanoel nos convirtiera en consumidores de productos de comercio justo y de material reciclado. Ahorradores de agua y energía, exigentes con nuestras autoridades, para que nosotros y nuestros hijos y nietos puedan celebrar más navidades aquí?
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