Edited by Sam Carter
Así como la Conferencia sobre el Cambio Climático mantenida hace un año en Copenhague suscitó muchas esperanzas, para luego fracasar en lograr un acuerdo vinculante de reducción de emisiones de gases de efecto invernadero (GEI), en la cumbre de Cancún, finalizada en la madrugada del sábado, no se esperaba gran cosa, dados los antecedentes y la dura oposición de algunos países a suscribir cualquier acuerdo vinculante. Así que el modesto acuerdo alcanzado ha sido saludado como un éxito. El acuerdo se concreta en la creación de un Green Climate Fund, medidas para proteger las selvas tropicales, transferir tecnologías limpias y más recursos a los países en desarrollo. Pero obvia lo fundamental: un compromiso cifrado y verificable de reducción de emisiones.
Es verdad que se reafirma la necesidad de no superar un aumento de temperatura de dos grados centígrados respecto de la época preindustrial, pero ese objetivo no es alcanzable sin los medios para combatir sus causas, que no son otras que la utilización masiva de los combustibles fósiles como fuente de energía. El protocolo de Kioto obligaba a reducir las emisiones de GEI a los países más desarrollados, con la excepción de unos pocos que no lo aceptaron, singularmente EE UU, el país con más emisiones per cápita del mundo pero que se opone a cualquier medida que pueda dañar su economía. Lo que se plantea hoy es una continuación de este tipo de compromisos de reducción en los países ricos, con la ineludible inclusión de EE UU y China. Ninguno de estos dos países está por la labor. La propuesta de Obama de reducir sus emisiones un 17% en 2020 respecto de las del año 2005, mucho más modesta que la europea de reducir un 20% o un 30% en 2020 respecto de 1990, no ha sido todavía ratificada por el Congreso; tras el triunfo republicano en las últimas elecciones, dicha ratificación parece más lejana.
El cambio climático es uno de los desafíos más formidables a los que ha de enfrentarse la humanidad en el próximo futuro, pero su naturaleza hace muy difícil actuar contra él. Las medidas preventivas son el aumento del papel de las energías renovables, la disminución de la intensidad energética de nuestras economías y un transporte menos dependiente de los derivados del petróleo. Solo si EE UU y China aceptan la responsabilidad que les corresponde, podremos llegar a acuerdos eficaces. Esperemos que las cosas sean distintas en la próxima cumbre de 2011 en Durban.
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