Global Power at the End of 2010

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28 diciembre, 2010 – Lluís Bassets

El mapa del poder mundial que trajo 2010 (1)

Un mundo desconfiado. Sin ideas ni líderes. En mitad de una crisis económica, la mayor de los últimos 80 años, que coincide con una insólita transferencia de poder desde Europa y Estados Unidos hacia Asia como no se había visto en siglos. Este ha sido el año en que se han hecho plenamente visibles los cambios del mundo unipolar de la superpotencia única hacia el mundo multipolar en que Estados Unidos tiene que negociar con los nuevos poderes emergentes y sobre todo, con China, cada vez más explícita en sus ambiciones.

Europa ya se ha eclipsado, sin voluntad de existir como tal, ensimismada en la identidad de sus viejas naciones y angustiada por las grietas de su Estado de bienestar. Estados Unidos ha perdido autoridad y protagonismo internacionales, al mismo ritmo en que los perdía su presidente Barack Obama, desposeído ya de la gracia celestial que le rodeó hasta bien entrado su primer año de mandato.

Si hubiera que poner rostro a los nuevos poderes emergentes, servirían dos personajes como Luis Inacio Lula da Silva, que da el relevo en la presidencia de Brasil a Dilma Rouseff el último día de 2010, encumbrado en una nube de prestigio y admiración, y Julian Assange, el fundador de Wikileaks, que ha protagonizado las mayores filtraciones de documentos secretos de la historia, sobre las guerras de Irak y Afganistán y sobre las comunicaciones diplomáticas del Departamento de Estado, levantando una rebelión digital en todo el planeta contra su detención y contra el bloqueo de sus cuentas y de su site de Internet.

Lula es la imagen misma del nuevo mundo multipolar, en el que ya no hay ninguna superpotencia imprescindible y corresponde un papel más que destacado a países como Brasil, con una demografía potente, una economía efervescente y una fuerte vocación de protagonismo regional y mundial. Assange es por su parte el emblema de los poderes informales no estatales que juegan también en el nuevo tablero, aprovechando la globalización económica y tecnológica para descubrir sus fisuras y debilidades.

Son dos rostros emblemáticos y mediáticos. No es el caso de los desconocidos rostros de los auténticos poderes ascendentes, los de los nueve miembros del comité permanente del politburó del Partido Comunista de China, entre los que están el presidente del país, Hu Jintao, su primer ministro, Wen Jiabao, y quienes van a sucederles ordenadamente, si no media accidente, en 2012, cuando la quinta generación después de Mao Zedong llegue al poder, que son respectivamente Xi Jinping y Li Keqiang. Sus decisiones económicas, políticas y militares, tomadas por consenso con el más absoluto hermetismo, han condicionado la marcha del planeta más intensamente que cualquiera de los grandes e irresolutivos concilios internacionales.

Su poder opaco tiene el correlato en la vistosidad y el ruido propios de una carrera de bólidos con que se están produciendo los relevos de poder este año. La aceleración es lo que más sorprende a todos. La caída de unos y la subida de otros es mucho más rápida de lo esperado. A mitad de 2010 China ha superado a Japón en producción de riqueza. Sólo Estados Unidos tiene todavía un producto interior bruto superior al chino. Al final de la década que ahora empieza, en 2020, los economistas prevén que se sitúe ya como el país con el mayor PIB del mundo. No es extraño: cuando todo el mundo desarrollado crece todavía muy débilmente y sigue destruyendo puestos de trabajo, China va lanzada por encima del 10 por ciento de crecimiento anual. Si sigue esta velocidad y el llamado ‘mundo occidental’ se embalsa en su crisis, el ‘sorpasso’ puede producirse mucho antes.

China ya superó en el cómputo de 2009 a Alemania como primer exportador mundial y a Estados Unidos como primer fabricante de automóviles. Es el mayor importador de acero y cobre y el segundo de petróleo. Tiene cuatro de las diez mayores compañías del mundo. Y cuenta con dos palancas financieras que le proporcionan poder e influencia en la cambiante mesa de juego del poder mundial: su moneda, el yuan, que las autoridades chinas mantienen depreciada respecto al dólar, el euro y el yen para favorecer su competitividad y sus exportaciones; y sus reservas en deuda extranjera, que le han convertido en el mayor banquero de occidente y permitido echar una mano a los países con deudas soberanas corroídas por la crisis financiera.

La prosperidad de la economía china en momentos de dificultades europeas y norteamericanas también impulsa la proyección mundial de sus empresas y de sus capitales, en importación de materias primas, inversiones directas e incluso la apertura de mercados al consumo de sus productos. Cae por su propio peso la traducción geopolítica de la red de vínculos que está estableciendo, tal como se ha manifestado en el boicot a la entrega en Oslo del Nobel de la Paz al disidente Liu Xiaobo, seguido por una veintena de países de todos los continentes. El régimen de Pequín se muestra cada vez más seguro y firme en sus posiciones políticas, en clara correspondencia a la buena marcha de su economía y a la debilidad de sus socios occidentales.

(Este texto es la primera parte del artículo publicado en el EPS de esta pasada semana. Enlace con el suplemento entero).

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