What Has WikiLeaks Changed?

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Algunos amigos son fervientes defensores del intrépido australiano pero –corríjanme si me equivoco- me gustaría saber qué es lo que sus revelaciones han cambiado en el panorama internacional

La información desvelada por Assange puede ser interesante a condición de hacerse las preguntas adecuadas.

Indudablemente, no las he leído todas pero, al menos lo que he leído sobre España, peca a veces de insustancial. En ocasiones, se cuenta lo que dice el diario El País y en otras se pone en evidencia lo descarnado del lenguaje diplomático. Así, que en Washington consideren a Vladimir Putin un “macho alfa” o que estén al tanto de las orgías de Berlusconi, lo único que demuestra es algo que ya sabíamos: que existe una enorme distancia entre la cara pública de los políticos y lo que hacen en su vida privada. A este respecto Wikileaks ha funcionado más bien como una revista “del corazón” de la diplomacia internacional, al menos en buena parte de lo que ha trascendido a prensa.

Para muchos, todo este asunto es de celebrar dado que supone una especie de desplante a la censura. Para esta manera de ver las cosas, las democracias no censuran –solo lo hacen “las dictaduras”-, de manera que está bien que un tipo valiente como Assange haya devuelto al pueblo lo que es del pueblo; esto es, la información. Esta perspectiva es típica entre la gente de izquierda. Para ellos Assange sería una especie de “cruzado de la democracia” que pone en evidencia a “los poderosos”.

Por otro lado, para la gente de “derechas” o “conservadora”, hay que pedir la cabeza de Assange por “traición”. En los EEUU pocas cosas se han visto más cómicas que la defensa conservadora de Hillary Clinton, una secretaria de Estado en el pasado equiparado a Satán sobre la tierra por los republicanos y que ahora, tras saberse que quería obtener ADN, huellas dactilares, números de cuenta y otra información privada de funcionarios de la ONU, es defendida a capa y espada por los mismos que antes le atacaban. Si dejamos al margen todos estos asuntos; esto es, que los políticos mienten, engañan, se insultan y amenazan a la gente, tenemos una carta del secretario de Defensa Robert Gates a Carl Levin, presidente del Comité de las Fuerzas Armadas del Senado, publicada el 18 de octubre y fechada el 16 de agosto, en la que Gates asegura que “ninguna fuente o método de inteligencia se ve comprometida por esta revelación”.

En suma, por lo que a mi respecta Wikileaks no es para tanto. La razón fundamental es que muchos parecen no haber comprendido la manera en que el poder gestiona hoy día la información “inconveniente”. La prohibición y la cárcel en el mundo occidental funcionan pero solo en un porcentaje muy reducido de los casos, con grupos político- culturales pequeños o con ciertas ideas históricas. A gran escala, lo que realmente funciona es la trivialización y el ostracismo; es decir, el ninguneo de información relevante de la cual se derivan consecuencias de notable importancia.

Por ejemplo, estos días hemos podido ver la película Caza a la espía, de Doug Liman, que explicaba cosas bien verificables y que sin embargo no han tenido consecuencias. Que altos funcionarios del Departamento de Defensa revelaran la identidad de un agente de la CIA encubierto, Valerie Plame Wilson, no tuvo apenas consecuencias para el consejero del presidente Bush y consejero y jefe de gabinete del vicepresidente Cheney , Lewis Scooter Libby. Su delación, muchísimo más peligrosa que las revelaciones de Assange para la Seguridad Nacional de los EEUU, obtuvo una condena de treinta meses de cárcel y una multa de 250.000 dólares, sentencia que fue conmutada por el presidente Bush dado que la mujer e hijos de Libby “sufrían mucho”. La película, aunque certera en muchos aspectos, elimina del debate algunas cuestiones de importancia: ¿Quién era el grupo que estaba suministrando información falsa al presidente? ¿Por qué no hubo más implicados? ¿Cuál es el grado de implicación de dicho grupo en la actual administración norteamericana? ¿Cuáles son sus motivos? Pero nada de esto se debate y ninguna de estas preguntas obtuvo la relevancia que debería tener en su momento.

Ahora podemos escuchar a Judith Miller –entonces implicada en el asunto de Valerie Plame- preguntarse por qué los norteamericanos no deben saber que Arabia Saudí está interesada en que los EEUU bombardeen Irán. La pregunta es sin duda oportuna a fin de defender a Wikileaks pero mucho más oportuno sería que Miller preguntara por qué –según ha filtrado también Wikileaks- los altos funcionarios del Departamento de Estado dudan sobre el veracidad y la sinceridad de las predicciones israelíes acerca del plazo en el que Irán obtendrá un arma nuclear. Según se desprende de los cables revelados por Wikileaks, Israel ha predicho tal eventualidad para mediados de los 90 y luego para 1998, 1999, 2000, 2004, 2005, y finalmente 2010. Nuevas predicciones israelíes fijan la fecha para 2011 o 2014. Que Israel utiliza a su “lobby likudnik” en Washington para presionar a favor de una implicación norteamericana en el cercano oriente no es un secreto para nadie pero nadie le da demasiada importancia. Tampoco es un secreto que la comunidad de inteligencia profesional de los EEUU, la que realmente sirve a su país, desconfía de que dicha implicación sirva verdaderamente a los intereses nacionales.

Por otro lado, Wikileaks ha revelado que en agosto de 2007, Meir Dagan, responsable de la inteligencia israelí apremió al vicesecretario de Estado norteamericano Nicholas Burns, para que los EEUU se sumaran a un plan israelí para el “cambio de régimen” en Irán, que incluía operaciones encubiertas en Irán (véase el artículo de Larisa Alexandrovna y Muriel Kane en The Raw History, el pasado 29 de noviembre). Pero no hay que acudir a “papa/padre” Assange (que tiene huevos/el mejor) para saber esto porque cosas similares fueron ya reveladas por el periodista de The New Yorker, Seymour Hersh, desde abril de 2006.

Todas estas cuestiones son ya archisabidas y Wikileaks no aporta grandes novedades, independientemente de que se esté a favor o en contra del “cambio de régimen” en Irán o se esté a favor o en contra de una escalada bélica en la zona. Sin embargo, lo llamativo es que la prensa nos informa de que, gracias a Wikileaks, sabemos que Rubalcaba no quería devolver a De Juana Chaos a la cárcel o de que Moratinos y el fiscal encubrieron vuelos “de la CIA”. Vaya descubrimiento.

El asunto es que la maquinaria mediática otorga diferente peso, hasta casi equiparar, por ejemplo, la revelación de que Berlusconi es un promiscuo o de que Rubalcaba es capaz de mentir a quince canales de televisión a la vez, con el hecho de que la política exterior más importante del mundo se ve ninguneada por los funcionarios de un pequeño país de Oriente Medio. Esta “redistribución de cargas” es un método mucho más seguro de dirigir el debate y de reasignar responsabilidades –que es, en definitiva, lo que busca cualquier censura- que andarse con prohibiciones y secuestros.

Por todo ello, a fin de desentrañar los mecanismos del poder no debe renunciarse a la información, ni prescindir de la capacidad de hacerse preguntas, de adquirir una sólida formación cultural –algo que huye de los medios-, y de interrogarse por senderos que nadie transita conduce al suicidio y al aborregamiento. Así que bienvenido sea Julián Assange, pero no magnifiquemos aquello que no merece ser magnificado. En definitiva, no bajemos la guardia.

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