Editorial |11 Ene 2011 – 10:00 pm
Intolerancia, locura y muerte
Por: Elespectador.com
UNOS MESES ATRÁS, DOS RECO-nocidos humoristas políticos congregaron en Washington a cerca de 200 mil personas bajo
el lema de “recobrar la cordura”, en medio del inclemente debate político previo a las elecciones parlamentarias y
promovido por el ala derecha del Partido Republicano: el Tea Party.
Hace un par de días un joven desadaptado, cargado de odio y de un arma, asesinó en Tucson, Arizona, a seis personas y
dejó heridas a otras 16, entre ellas a Gabrielle Giffords, representante demócrata que había sido objeto de señalamientos,
entre otras cosas, por su posición favorable hacia los inmigrantes ilegales en un Estado que recientemente adoptó leyes
abiertamente racistas.
El hecho ha conmovido a Estados Unidos. Entre los fallecidos figura una niña de nueve años, interesada por los asuntos del
gobierno en su país y quien asistió a la reunión pública con la representante para poder conversar con ella. La pequeña
parecía signada por el drama, pues había nacido justo otro día doloroso para el país del norte: el 11 de septiembre de 2001.
También murieron un juez federal y cuatro personas que, así como los heridos, querían hablar con la parlamentaria. El
asesino, Jared Loughner, de 22 años, le disparó a Giffords desde menos de un metro y luego abrió fuego contra la
concurrencia antes de ser sometido por la fuerza. La congresista se encuentra en estado crítico pero estable.
¿Qué puede haber detrás de este acto demencial? Infortunadamente no es el primero ni será el último en acontecer en
Estados Unidos, donde las grandes empresas fabricantes de armas, así como la Asociación Nacional del Rifle (NRA, por sus
siglas en inglés) y los políticos republicanos, impiden que se apruebe cualquier ley destinada a limitar o controlar la venta y
posesión de las mismas. De esta forma Loughner, quien fue expulsado de un centro de estudios por su muy extraño
comportamiento, pudo adquirir una semiautomática sin mayor contratiempo. A futuro, otros desequilibrados podrán llevar a
cabo actos igualmente atroces en colegios, universidades, restaurantes u oficinas públicas, bajo el argumento peregrino de
que las armas per se no son peligrosas, sino el uso que se haga de ellas.
Sin embargo, en este caso, el tema va más allá. Como lo mencionábamos al inicio, los niveles de odio e intolerancia que
personas como Sarah Palin y sus radicales seguidores han introducido al debate político norteamericano pueden estar
directamente relacionados con este tipo de acciones. Como lo dijo con toda claridad el sheriff del condado de Pima,
Clarence Dupnik, donde ocurrió el hecho, “nos hemos convertido en una meca para el prejuicio y la intolerancia (…) Sólo
hay que ver cómo responden estos desequilibrados a la bilis que sale de ciertas bocas cuando hablan de acabar con el
gobierno (…) Toda esa rabia, ese odio, la intolerancia que se está viendo en este país, comienzan a ser escandalosos”. No
en vano en la página web de la señora Palin aparecía Arizona como uno de los estados donde derrotar a los demócratas y
lo señalaba con el símbolo de una mirilla telescópica de rifle. De hecho, la sede política de Giffords fue atacada por
vándalos durante la pasada campaña y en un acto público un hombre dejó caer accidentalmente un arma y fue detenido
hace unos meses.
De este doloroso episodio se pueden sacar varias enseñanzas, comenzando por Colombia, donde el mensaje, el tono y la
virulencia empleados en los mensajes que utilizan personas con altos niveles de representación dejan mucho que desear. La
única manera de adelantar un debate civilizado es mediante la sana confrontación de ideas y no la de acudir al expediente
de los insultos y la ofensa. La descalificación del contrario, el uso de palabras que incitan al odio o la intolerancia no
tendrán en el tiempo resultado distinto al conocido “siembra vientos y recogerás tempestades”.
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