The Hero Who Doesn’t Want to Be

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El héroe que no quiere serlo

La sangre fría de Daniel Hernández salvó a la legisladora

No importa que lo haya contado centenares de veces. Ni que ya lo hayamos leído otras tantas. Cuando Daniel Hernández relata la secuencia de los hechos que siguieron al balazo que alcanzó en la cabeza a la congresista Gabrielle Giffords, el estómago se encoge y a usted, casi con total seguridad, le surgirá la pregunta: “¿qué hubiera hecho yo?”.

Pues a pesar de que al mundo le parezca una heroicidad su resolución y su sangre fría para aplicar presión y sujetar la cabeza que acababa de ser descerrajada de un tiro, Hernández, de 20 años, se niega a ser considerado un héroe. El propio presidente de Estados Unidos, Barack Obama, tuvo que bromear al respecto durante su discurso en Tucson en homenaje a las víctimas y decirle que, le gustase o no le gustase, lo era. Basta ya de modestias.

Hernández trabaja en la oficina estatal de Arizona de la congresista Gabrielle Giffords. Ya lo había hecho con anterioridad en 2008 como becario. Siente gran admiración por ella y considera que nadie se ha peleado “por Arizona y sus ciudadanos” como Giffords. El día del ataque en el centro comercial La Toscana, al norte de Tucson, Hernández preparaba la reunión con los ciudadanos cuando oyó disparos.

“Vi a todo el mundo correr y a Gabby tirada en el suelo”, explica. “Corrí hacia donde venían las balas”.

Si estas frases no prueban de la madera que está hecho es que entonces no existen los héroes. “Gabby yacía sobre su sangre, la levanté para que no se ahogara en ella y le sujeté la cabeza”. No, Hernández no tiene formación médica. “Solo los conocimientos básicos de primeros auxilios”. “Los que tiene todo el mundo”, dice.

“Mantener la calma”, esa es la explicación de su éxito. “Si me hubiera dejado llevar por el primer impulso me habría tirado al suelo o hubiera salido corriendo”. De nuevo la modestia: “Hice lo que había que hacer, lo que hubiera hecho cualquiera”.

Hernández, estudiante en la Universidad de Arizona, tiene pasta de político. Por ejemplo, no dice si la tragedia ocurrida ha cambiado o no su opinión sobre la tenencia de armas. Tampoco quiere hablar de la reforma migratoria, aunque apunta que su padre es norteamericano pero su madre de Nogales, México, “residente legal, con visado, pero que no es ciudadana de este país”. A pesar de haber representado en alguna ocasión a la comunidad homosexual de Tucson, desvía la respuesta y abre grandes horizontes cuando se le dice que si entrara en política sería uno de los pocos políticos que trabajan abiertamente como gais en EE UU.

“Mi prioridad es la educación”, afirma dejando claros sus principios. “He trabajado con muchos grupos empeñados en favor de la igualdad de oportunidades”, añade. Hernández vive un carrusel de emociones desde hace una semana. Ahora tiene que irse. Puede que cuando los medios de comunicación dejen de ocupar su agenda y tenga tiempo para reflexionar se dé cuenta de lo que hizo. Puede que para entonces ya no salga de su boca con tanta ligereza la frase “como todo el mundo”.

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