Flagstaff (Arizona).-Sin duda, una de las grandes maravillas que ofrece Estados Unidos a sus visitantes es el Gran Cañón del Colorado. Pocos paisajes en el mundo pueden igualar en belleza esta enorme garganta excavada durante millones de años por el río Colorado.
A pesar de las frías temperaturas invernales, miles de turistas acuden cada semana para poder observar sus escarpados montes y afilados acantilados. Sin duda, el Gran Cañón presenta su mejor cara en el alba, cuando el ascenso del Sol resalta el color rojizo de las montañas. Durante varios minutos, el cambio del tono de la luz va modificando constantemente los colores del paisaje.
Aunque el termómetro por la noche baja de los -15 C, el célebre espectáculo de un crepúsculo en el Gran Cañón bien vale la pena un poco de sufrimiento. Sin embargo, el día que me tocó madrugar para verlo, cubría todo el Cañón una densa neblina, que difuminaba los colores del paisaje.
El día era claro, sin una sola nube en el cielo, e imaginé que la niebla era producto del frío. No obstante, estaba equivocado. En el centro para los turistas, un amable guarda forestal nos informó que no era niebla el mantel que cubría el Gran Cañón, sino polución, proveniente sobre todo de las ciudades de Las Vegas, Los Angeles, y Phoenix.
Curiosamente, ese mismo día, el periódico llevaba un artículo sobre la disputa alrededor de la EPA, la agencia de control ambiental de EEUU. La agencia pretende introducir límites a la emisión de gases contaminantes, pero una alianza de republicanos y demócratas representantes de estados con importantes explotaciones de carbón se han conjurado para evitarlo. El debate respecto a la EPA gira sobre todo en torno al cambio climático. ¿Existe realmente? ¿Y si existe, es fruto de la acción del hombre?
Sentado frente el impresionante Gran Cañón, y bajo una asquerosa nube tóxica, uno se pregunta si, realmente, el único argumento para limitar la emisión de gases contaminantes es la existencia del cambio climático. Es una pena que la contaminación llegue a arruinar un paisaje tan arrebatador como el Gran Cañón, pero aún es peor el daño que hace a nuestros pulmones.
Por desgracia, como nuestros políticos no parecen demasiado interesados en actuar, será cuestión de continuar cargando siempre con el querido inhalador, de momento, el único capaz de evitar los ataques del asma.
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