La masiva revuelta que sacude a la mayor nación árabe tomó por sorpresa a las capitales europeas y a Washington. El segundo día de demostraciones contra el dictador Hosni Mubarak, la secretaria de Estado Hillary Clinton, declaró con tranquilidad: “Estamos monitoreando la situación” y agregó: “Nosotros estimamos que es estable”.
Estados Unidos ha tenido a Egipto como el mayor receptor de su ayuda económica por décadas. Solo superado por Israel. El Cairo ha percibido en los últimos años mil 550 millones de dólares de los cuales el grueso, mil 300, ha sido destinado a fines militares, o si se quiere, a asegurar el status quo. Apenas 250 millones a financiar programas sociales. ¿Cuál era la racionalidad de semejante distribución?
Egipto, desde que tiene un acuerdo de paz con Israel, no tiene mayores amenazas bélicas. El gran problema del país es su pobreza y la exclusión. Los militares son, sin embargo, los que en forma indirecta han ejercido el poder desde que depusieron la monarquía en 1952. Ello no impidió a Clinton afirmar que “nosotros hemos urgido a Mubarak para que realice reformas”. Pobres resultados para los miles de millones de dólares invertidos si de reformas se trata.
Ahora, en cuestión de días, el lenguaje ha cambiado. Los millones de egipcios que fueron invisibles durante 30 años están en las calles y su voz es escuchada.
El Departamento de Estado llama “a una transición de poder” y a escuchar “las legítimas aspiraciones del pueblo egipcio”. Esta última sentencia es la misma que ha empleado el ejército al declarar que no disparará contra sus compatriotas. La salida de los tanques a las calles no logró el efecto intimidatorio buscado. Con ello quedó cancelada una solución fuerza.
Lo único que resta ahora es la negociación política. Aquí el régimen tiene ventajas pues enfrenta a una oposición dispersa que tiene un punto en común: el cambio de régimen. Más allá de eso la Hermandad Musulmana, la organización islámica que representa entre 20 y 30 por ciento del electorado, tiene sus propias metas al igual que el calidoscopio de partidos seculares.
De momento, en todo caso, Mohamed ElBaradei, el antiguo director de la Agencia Internacional de Energía Atómica, se alza como la mejor opción para un gobierno transición que convoque a elecciones que están previstas para septiembre.
Tuve la oportunidad de entrevistar a ElBaradei, en una de sus visitas a Chile, y me llamó la atención su lenguaje directo en temas que los diplomáticos suelen obviar. En concreto, planteó serias dudas sobre las imputaciones de Estados Unidos a los presuntos planes iraníes de fabricar un arma atómica.
ElBaradei al igual que su predecesor sueco Hans Blix nunca creyó en la existencia de armas de destrucción masiva en Irak. Estas posturas explican la extrema cautela con la que Washington observa su emergente liderazgo. El desenlace del drama egipcio está en pleno desarrollo. Pero algo ya cambió: la ciudadanía recuperó su protagonismo.
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