Egypt 2011 = Iran 1979?

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Una constante en la cobertura de la revolución egipcia es buscar una comparación con algún antecedente histórico, un referente que sirva de orientación para una situación que muchos analistas definen como “territorio desconocido”. La analogía más recurrente es la Revolución Iraní de 1979. ¿Es el Egipto del 2011 igual que el Irán del 1979?

Existe una división de la opinión publicada a la hora de responder a esa cuestión. Los pesimistas creen que la Historia se está repitiendo, y que el país caerá en manos de unos islamistas radicales, personificados en los Hermanos Musulmanes. En cambio, los optimistas señalas que el principal partido islamista, los Hermanos Musulmanes, no ha estado detrás de las movilizaciones, y que los jóvenes egipcios no han caído rendido a los cantos de sirena de la teocracia.

Es lógico que la pregunta domine los medios estadounidenses, ya que Irán representa uno de los grandes fracasos de la política de EEUU en el siglo pasado. El país asiático pasó en un abrir y cerrar de ojos de ser uno de los dos pilares centrales de la política de Washington en los años 60y 70, a ser el Estado más hostil hacia Washington de la región entera. El otro pilar, Arabia Saudita, se ha mantenido incólume. Al menos, de momento.

Curiosamente, más allá de las similitudes sobre el terreno entre ambos países, hay otra semejanza a miles de kilómetros: la existencia de un presidente demócrata al que sus detractores acusan de “inexperto y blando” en el política exterior. En aquel entonces era Jimmy Carter, ahora Barack Obama.

De hecho, muchos argumentan que fue la Revolución Iraní la que hundió la presidencia Carter. La crisis de los rehenes tras la ocupación de la embajada de EEUU en Teherán coincidió con la campaña electoral que le enfrentó a Reagan, que fustigó a su adversario por haber sido incapaz de liberar a los centenares de ciudadanos estadounidenses secuestrados.

La cautela ha marcado las reacciones de la Casa Blanca, así como de la mayoría de la clase política estadounidense, independientemente de su ideología. Los líderes republicanos, como John Boehner, se han alineado en esta ocasión con Obama, o han declinado adoptar una posición contundente.

Casi todos los políticos que han hablado han destacado la necesidad de evitar baño de sangre. Pocos son los que piden un apoyo incondicional a Mubarak. Un capítulo aparte es Glenn Beck, que no ha buscado una analogía histórica con Irán, si no con la I Guerra Mundial, y ello para anunciar una guerra cataclísmica tras la que se creará un gran califato que incluirá a media Europa.

A mi juicio, a corto plazo, las opciones de que un islamismo radical como el de Khomeini se haga con el control de Egipto son muy escasas. A diferencia del chiíta, el Islam sunnita es descentralizado. No existe un líder mesiánico, capaz de despertar una devoción entre las masas, y cooptar así la revolución. Además, los Hermanos Musulmanes hace años que abandonaron la violencia y no disponen de unas “camisas pardas” capaces de tomar el poder.

Ahora bien, que nadie dude de que los Hermanos jugarán un papel importante en el futuro político del país. Si hay elecciones, seguramente serán la primera fuerza, pero es difícil que obtengan la mayoría absoluta. Que harían si la consiguieran, es una incógnita. Los analistas discrepan sobre la supuesta moderación del movimiento. De momento, actúan con mucha prudencia, conscientes que más que el Irán de 1979, si intentan hacerse con el poder, Egipto se parecerá más bien a la Argelia 1990.

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