Doing the Work of the World’s Policemen

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Dice Paul Babeau, sheriff del Condado Pinal, Arizona, que está mandado oficiales a la zona desértica de Vekoi Valley para confrontar a los cárteles mexicanos.

Inspirado en las declaraciones del subsecretario del Ejército de Estados Unidos, Joseph W. Westphal, el sheriff no tiene reparo en decir que “estamos hablando de cárteles que casi han derrocado al gobierno mexicano”. Se llega al extremo en el que la señora Napolitano, expresa la “presunción” de una supuesta complicidad entre Al Qaeda y Los Zetas.

Quién sabe cómo entienda el sheriff Babeau lo que dice, y ni siquiera sabemos si lo entienda. Es evidente, sin embargo, que su declaración es producto de cierto tremendismo, independientemente de la gravedad de las afirmaciones de la señora Napolitano.

En este espacio hemos sido críticos respecto de la estrategia gubernamental en su lucha contra el narcotráfico y hemos expuesto la gravedad de la situación, de manera que no nos mueve ahora un propósito de minimización del problema. Pero tampoco podemos pasar por alto las declaraciones inoportunas y desproporcionadas de funcionarios de Estados Unidos.

El primero fue el ya citado Joseph W. Westphal, quien afirmó que “los cárteles del narcotráfico de México son una forma de insurgencia y potencialmente podrían tomar el control del gobierno mexicano”. Y agregó que la situación puede “provocar que Estados Unidos tenga que enviar soldados, tanto en la frontera como a través de ella, para pelear contra la insurgencia”.

No, no puede tratarse ni compararse con una insurgencia. Los narcotraficantes no son idealistas ni guerrilleros, ni luchadores sociales ni revolucionarios. Quieren seguir operando un negocio que les representa ganancias multimillonarias. Quieren poder económico y delincuencial. Quieren comprar automóviles y joyas y hasta agentes del gobierno, pero no quieren el gobierno.

Un guerrillero, quizá equivocado en los métodos, vive en lugares apartados, sacrifica su comodidad en pos en una idea, no compra ni renta una propiedad en Lomas de Chapultepec o en Huixquilucan ni baña de oro su AK-47 ni graba sus iniciales en ella.

Un guerrillero suele pensar en la población por la que lucha. Sus ataques son siempre dirigidos a elementos del Estado. Quiere un nuevo orden. Es por eso un insurgente.

El narcotraficante acosado puede recurrir al terror, y lo hace. Poco importan las víctimas inocentes. Pero no es su mundo ideal. Quisiera que el negocio prosperara a la sombra y poder disfrutar del dinero en la luz. Aunque puede, y lo hace, ordenar grandes banquetes en su casa, no resiste la tentación del restaurante, ese en el que siempre quiso estar y no podía, ese en el que ahora confirma su ascenso económico. Quiere sentirse parte relevante de un mundo que no intenta cambiar.

Además, la afirmación del sheriff en el sentido de que los cárteles casi derrocan al gobierno mexicano es un despropósito. O quizá guarda entre sus pliegues el anhelo heroico con el que casi todo estadunidense sueña. Nosotros somos la policía del mundo, dicen.

Por esta convicción, hablan de ir a la frontera y a través de ella para poner orden. Van a donde se les invita y a donde no. Son la justicia. La dictan y la hacen posible. Hay muchos países que pueden dar testimonio de esta sensación estadunidense, que lo mismo lo lleva a orquestar golpes de Estado que a invadir naciones, siempre con el argumento de la libertad y la justicia.

Deben, sí, estar preocupados porque la lucha en México contra la delincuencia se desarrolla en territorio vecino. Habrá que recordarles que lo que venden los narcotraficantes se consume allá. Que si hubieran tomado previsiones en contra de la droga el mercado no se habría expandido tanto y los cárteles jamás hubieran alcanzado el poderío económico que hoy tienen.

Olvidan también que muchas de las armas que usa la delincuencia organizada en México provienen de Estados Unidos, en donde puede adquirirse armamento libremente, salvados requisitos elementales, y que la frontera, que tanta vigilancia tiene de México hacia allá, es absolutamente porosa de allá para acá. Por eso pasa armas a territorio mexicano el que quiere. Además de que se lavan en ese país 500 mil millones de dólares anuales.

Sí, es mucho lo que tienen por hacer. Pero no aquí, sino allá. Si persiguieran a los narcotraficantes allá como quieren perseguirlos aquí, o si despenalizaran la producción y venta de drogas, el escenario en México cambiaría radicalmente.

Como no hay interés o eficacia en Estados Unidos para prevenir el consumo de droga ni para combatir el narcotráfico, el Ejército, la Marina y las policías mexicanas tienen que enfrentarse a una delincuencia cada vez más armada y poderosa. El territorio mexicano se ha convertido en el campo de batalla para que a los estadunidenses no les llegue más droga de la que consumen millones de ellos. Se sabe y se olvida: si no hay quien compre, no hay quien venda. Ojalá se apliquen allá, para que no tengamos más sangre acá.

Parece una paradoja, pero nuestros agentes del orden están haciendo el trabajo de la “policía del mundo”.

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