Hay políticos a los que los reveses solo sirven para fortalecerlos. Ralph Emanuel es uno de ellos. Exmiembro de la Cámara de Representantes, excolaborador del presidente Clinton, ex jefe de gabinete de Barack Obama, ha sido elegido hace unos días alcalde de Chicago en la primera vuelta, con el 55% de los votos. Un bombazo. Hace unos meses, sin embargo, le tocó abandonar Washington, donde trabajaba desde la victoria de Obama como mano derecha del nuevo presidente.
La tarea que le tocó pilotar era apasionante, pero podía ser muy ingrata. Se trataba de convertir en realidad las grandes expectativas de cambio que el nuevo inquilino de la Casa Blanca había despertado durante su campaña. En plena recesión, pronto llegaron los mordiscos de todos los sectores que, o bien rechazaban las reformas o las querían más radicales. Ahora ha conquistado Chicago, una ciudad que desde 1955 ha estado dirigida, con breves paréntesis, por los Daley, padre e hijo, apoyados por una maquinaria demócrata, casi tan antigua como la ciudad, de fuerte implantación irlandesa.
Así es como se había creado una relación casi mística entre Chicago y los Daley, celebrada en una película de los años cincuenta -The last Hurrah- que protagonizaba Spencer Tracy, cuyo personaje era un trasunto de la vida de Daley el mayor.
Rahm Emanuel fue un durísimo cancerbero del despacho oval, que se distinguió por controlar con mano de hierro el acceso al presidente. Tanto, que se produjeron críticas contra el chambelán, pese a que su fuerte se suponía que era su conocimiento y trato con los legisladores. Urgía, sin embargo, una recolocación acorde con sus méritos y Chicago, con su capacidad para elegir fuera del cuadro de la mayoría, era una gran oportunidad.
La victoria del ex jefe de gabinete es aún más notable porque se ha conseguido en contra de parte de esa maquinaria del partido demócrata que apoyaba a Gery Chico, el candidato del segundo de los Daley y que solo obtuvo un 24% de los votos. En todo caso, Emanuel ha sabido aplicar con maestría su propio consejo de que hay que aprovechar las crisis. Su éxito en las urnas es prueba fehaciente.
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