Obama: Re-Conquering the Backyard

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“It’s time for a new alliance of the Americas.

After eight years of the failed policies of the

past, we need new leadership for the future”

Barack Obama

Los desafíos de política exterior de los Estados Unidos empiezan por recuperar el liderazgo de esa nación en el mundo, retomando la doctrina de la diplomacia disuasiva de Madeleine Albright, que la señora Hillary Clinton está desarrollando con un poco más de encanto. Esto supone que Estados Unidos deberá restablecer su presencia en los organismos multilaterales, tan vilipendiados por la política exterior de Bush, recomponer las relaciones con Europa, y servir de factor disuasivo en el Medio Oriente, la región donde la nueva Secretaria de Estado al parecer está concentrando todas sus energías.

El nuevo Presidente, quien no dudo tenga intenciones decentes, hereda una agenda cargada con los costos de la insensata e inútil guerra desatada por Bush contra Irak y Afganistán, además del creciente poder retador de países como Irán y Corea del Norte, capaz de desestabilizar el frágil orden mundial, adherido con saliva.

En el Oriente medio, la reciente caída de uno de los otrora dictadores preferidos de Washington en la región, Osni Mubarak y las cada vez más extendidas sublevaciones populares contra las viejas dictaduras petroleras, dan cuenta de lo crítico de la situación que puede escaparse de control, provocando una sangrienta invasión de la OTAN para asaltar los grandes yacimientos de crudo, particularmente en Libia. La latente guerra no declarada entre su aliado por antonomasia, Israel y la alianza Irán-Siria-Hamas, coloca la cereza en este explosivo cóctel.

Su discurso de restablecimiento de la unidad nacional en los Estados Unidos es la plataforma sobre la cual estructura su política exterior de reconfiguración de un orden internacional “no belicista” y de recuperación de sus aliados tradicionales (Discurso de Toma de posesión, 20 de enero 2009) Obama comenzó su mandato bajo el signo de la “Obamamanía” (Germán Gorraíz, Revista Colarebo 2010), fenómeno sociológico que logró que una persona sin experiencia ni ideario político conocido, se convirtiera en icono de masas, insuflando vientos de cambios y devolviendo la ilusión y la esperanza a una sociedad estadounidense en crisis.

Sin embrago, el complicado contexto en que se mueve el nuevo Presidente, tiene demasiados problemas como para que los latinos seamos una prioridad factible en su política exterior. Enfrenta difíciles trabas en su propia casa, por los embates del ala republicana del Congreso contra algunas de sus políticas públicas, al mismo tiempo que afronta un déficit fiscal de US$ 1,3 billones para el ejercicio 2010, equivalente al 8,9% del PIB, con una reducción importante en las recaudaciones impositivas, aumento del gasto en beneficios por desempleo y una recuperación de la economía más lenta de lo que se esperaba.

Los republicanos y su versión fascista, el llamado Tea Party, suman una mayor capacidad tanto en el Senado como en la Cámara para obstaculizar las iniciativas de la Administración y bloquear los intentos de cambios en la política que la Casa Blanca ha llevado a cabo, por ejemplo, en relación a Cuba, Inmigración y la reforma de salud. Ahora están en condiciones de dar forma a la agenda de temas para su consideración e influir en el contenido de los debates políticos. Como partido mayoritario, los republicanos determinarán la temática y el calendario del Congreso.

Los líderes republicanos, entre ellos los nuevos presidentes de los comités, tendrán una mayor visibilidad pública y un mayor acceso a los medios de comunicación. Su posición respecto a Latinoamérica y en especial a lo que acontece en el cono sur, es harto conocida.

“Aunque las expectativas son enormemente altas, hay un límite a cuán rápido las cosas pueden cambiar, dado que el nuevo presidente al momento de tomar posesión del cargo se ve inmediatamente ante la situación de la crisis financiera mundial, dos operaciones militares importantes en el extranjero y una gran cantidad de otras prioridades en el país, que requieren atención”, ha sostenido Stephen Flanagan, del Centro de Estudios Estratégicos en la Casa Blanca (2009)

Así las cosas, creo que los beneficios hacia América Latina no serán más que marginales y siempre marcados por el interés de una política exterior hegemonista, que garantice a Washington su seguridad nacional.

Los temas prioritarios que evidencian una política de intereses particulares en América Latina, más que una preocupación por el desarrollo social de nuestros pueblos, son: la lucha contra el llamado “narcoterrorismo” un concepto, dicho sea de paso, políticamente conveniente que, según el Pentágono, conlleva una sutil dosis de contrainsurgencia reeditada; la expansión y desarrollo del mercado para los excedentes de producción norteamericano, la inmigración y el afianzamiento de los llamados regímenes amigos, que compartan y profesen el particular sentido de la democracia norteamericana, impuesta a sangre y fuego en otras latitudes.

Sin embargo, muchos líderes de América Latina (y sus pueblos) están tratando de poner algo de distancia desarrollando sus propias concepciones del mundo, y al mismo tiempo están trabajando para conseguir una autonomía más permanente. Pero no es tanto que la región se haya vuelto anti-estadounidense, el freno es que ha emergido un sentimiento de desilusión con lo que Estados Unidos representa.

“Para hacer esto, seremos firmes en el fortalecimiento de aquellas viejas alianzas que nos han servido bien, al tiempo que las modernizamos para acometer los desafíos del nuevo siglo… El orden internacional que buscamos es aquél que pueda resolver los desafíos de nuestros tiempos: contrarrestar el extremismo violento y la insurgencia; detener la diseminación de armas nucleares y asegurar materiales nucleares; combatir el cambio climático y sostener el crecimiento mundial; ayudar a los países a alimentarse a sí mismos y a cuidar de sus enfermos; resolver y prevenir el conflicto; al tiempo que también se sanan las heridas.” (Casa Blanca, mayo de 2010).

No obstante que tenemos problemas comunes de gran magnitud, como es el narcotráfico, el creciente poder financiero del lavado de dinero y la corrupción que carcome nuestras instituciones, América Latina enfrenta otros problemas graves. Es el continente más desigual del mundo. La pobreza y la inequidad proveen el terreno fértil para la violencia, las actividades ilegales y fomentan la migración. Aunque esta es sobre todo nuestra responsabilidad, Estados Unidos podría hacer mucho más al respecto. Sin embargo, la ayuda norteamericana para el desarrollo de la región, según cifras autorizadas por AID, fue en 2007-2008, apenas de mil millones de dólares. Por su parte, las metas del milenio yacen frustradas por el embate de un sistema económico expoliador que encabeza Estados Unidos, el cual nos mantiene con la soga al cuello.

Claro que no es un asunto sólo de aumentar la ayuda. Necesitamos unas relaciones comerciales más equitativas, transparentes y justas. Los tratados de libre comercio han resultado bendiciones ambiguas, sobre todo porque incorporan y multiplican desigualdades estructurales.

Los latinoamericanos saben que muchos intentos para luchar contra la pobreza y para mejorar la educación, la seguridad pública y la salud en sus países sucumben en la política clientelista, en la corrupción y en instituciones débiles, incapaces de proteger debidamente derechos ciudadanos fundamentales. Aunque esto parece estar mejorando en algunos países, igualmente la incidencia que Estados Unidos busca restablecer para garantizar las reglas de su juego político, está quedando al margen.

Sin duda, como lo hemos dicho en reiteradas ocasiones, los problemas de seguridad pública y violencia prácticamente definen las agendas políticas en América Latina y de seguridad nacional para los norteamericanos. La cooperación en este rubro, determinada por Obama y el Pentágono, está en función de contener el flujo de inmigrantes y la expansión acelerada del narcotráfico y otros ilícitos como el contrabando de armas. Sobresalen tres países unidos por fronteras comunes: Guatemala, Honduras y El Salvador, además de México, dónde principalmente las crisis de gobierno y de Estado –en distintos niveles- evidencian su máxima expresión en la ingobernable situación del delito en general y especialmente del crimen organizado, que con evidencias a la vista, ha penetrado en las esferas más altas de decisión política, mientras la justicia es sometida por intereses espurios, muy alejados de los intereses ciudadanos.

El Presidente Obama viene a Latinoamérica nuevamente, con varias deudas en política exterior, contrastando en la práctica con su discurso conciliador. Se mantiene el bloqueo a Cuba; se legitimó el golpe de Estado en Honduras; se provoca un conflicto con su embajador designado para Venezuela, cuando éste se mostró hostil con el gobierno de Chávez; se montan siete bases militares en Colombia, se envía tropas a Costa Rica y Haití y finalmente provoca una disputa por la fallida tentativa de una misión militar estadounidense de introducir de modo subrepticio en la Argentina armas, equipos de comunicaciones encriptadas y drogas.

De acuerdo a los vientos que soplan por nuestras latitudes, creo que las intenciones de Obama se quedaran en eso, pues la verdadera política exterior hacia América Latina, la delinea y ejecuta el Pentágono, al margen de la Casa Blanca y con un presupuesto el doble del asignado a la señora Clinton y su diplomacia. El presidente de los Estados Unidos, ciertamente es un hombre poderoso, pero no olvidemos que otros poderes son los que definen la esencia imperialista militarista en el mundo y en ninguna circunstancia están dispuestos a debilitarlo.

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