La opinión pública europea está dividida sobre la intervención militar en Libia en su versión maximalista, es decir, atacar directamente a Guedaffi. Sus gobiernos discrepan incluso en la versión ‘light’, la de la implantación de una zona de exclusión aérea que dificulte que Guedaffi achicharre impunemente desde el aire a los sublevados.
El avance de los rebeldes se ha enquistado por la superioridad militar del dictador y Occidente enfrenta un dilema angustioso: ayudar a que Libia se libere o correr el riesgo de que el déspota, con las manos ensangrentadas y lanzado a una brutal represión, permanezca en el poder unos años más.
Curiosamente la disyuntiva se plantea sólo para Estados Unidos y la Europa occidental. Otros gigantes con gran potencia militar, China, Rusia… y otras naciones con protagonismo internacional, Brasil, India, Turquía… no se plantean actuar. Han comerciado desaforadamente con los autócratas árabes, como hicimos nosotros, pero sus dirigentes no parecen mostrar mayor interés, después de haberse mostrado similarmente complacientes a Occidente con Guedaffi, en contribuir a dar un empujoncito para que el dictador se vaya ahora que la situación es propicia con la población sublevada. La tarea, pues, recae en los occidentales. Es algo admitido internacionalmente que ante cualquier catástrofe humanitaria, causada por el hombre o por un gobierno, Rusia y China, dos potencias con el veto en el Consejo de Seguridad, enarcan las cejas y piensan, en el mejor de los casos, que la cosa no va con ellas. La factura la deben pagar otros.
Entre los otros, nosotros, brotan voces inquietas y los gobiernos se asustan porque, ante su pasividad, dentro de unos años se oiga la pregunta de “¿por qué se dejó perder Libia?” Al desasosiego se une el remordimiento de que se han tenido demasiadas contemplaciones con un dirigente de pasado patibulario (voladura de los aviones de Lockerbie y UTA) y con un índice patético en la escala de libertad y de la ética (de un total de 194 países, Libia es el 193 en libertad de prensa y el 146 en corrupción).
En Estados Unidos,el prestigiado y progresista New York Times editorializa que lanzarse a otra guerra puede ser contraproducente pero que resulta difícil abandonar a los libios. Una de cal y otra de arena como coartada para el día de mañana. Políticos de diverso cariz (McCain, Kerry, Richardson…) piden ruidosamente la intervención. Obama y su equipo son más cautos. El Presidente declara que todas las opciones están sobre la mesa y, por el momento, no va más allá. Su Jefe de Gabinete, William Daley comenta que hay mucha alegría en pedir la zona de exclusión, que hay gente que se cree que eso es un videojuego y el Secretario de Defensa, personas, pues, cercanas al Presidente, también se muestra prudente señalando que no hay que olvidar que bombardear las instalaciones antiaéreas libias es un acto de guerra. Tratando de ganar tiempo, Obama, con presumibles sentimientos encontrados sobre el tema, señala que se necesitaría una concertación internacional.
El problema es saber lo que eso quiere decir. ¿Luz verde de la ONU? Para la intervención es hoy impensable, para la zona de exclusión, problemático. Los propios europeos divergen. Para la exclusión están por la labor, Francia e Inglaterra, Alemania vacila, Italia hace mohines y España anuncia no sólo que lo apruebe la ONU, sino toda la Unión Europea (lo que un es poco infantil, nos abstendríamos si sólo Estonia o Grecia se opusieran), la Liga árabe etc… Del lado de los árabes, los países del Golfo ya la han pedido y la Liga se reúne para estudiarlo. Los patriotas libios insisten en que nada de enviarles tropas pero, lógicamente, sí quieren la ayuda para la zona.
El momento de la verdad llegará si, como ocurrió en Kosovo, la tele o los relatos de los corresponsales nos muestran escenas atroces, los sublevados libios claman por la ayuda aérea y la ONU, por temor al veto ruso, no da la bendición. Estados Unidos, con los 175 aviones de la VI Flota se bastaría para implantarla. Ahora bien, ¿querrá hacerlo arropado sólo por Gran Bretaña y un puñado de países? En Kosovo, detalle que olvidamos, no hubo la menor cobertura de la ONU. Menos si cabe que en Irak. Los europeos necesitaron a Washington para desalojar a Milosevic y España, sin paraguas onusiano, participó sin rechistar en la intervención balcánica.
¿Qué ocurriría ahora ante un situación similar? ¿Nos llevaría la Alianza de civilizaciones a quedarnos fuera?
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