Libya Kills Latin America

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La noticia internacional esta semana debería haber sido la gira del presidente Barack Obama por América Latina.

A casi dos años de la promesa hecha en Trinidad y Tobago, de que el hemisferio entraba en una nueva era de diálogo y asociación igualitaria, la materialización de una política concreta aún parece una realidad lejana. La selección de países a ser visitados permite especular que Washington quiere acercarse a la “vía intermedia saludable” que ha emergido en la región. Además de aspectos individuales que hacen que Brasil, Chile y El Salvador sean de interés para la política exterior estadounidense, en los tres se combinan políticas sociales progresistas, conservatismo fiscal y líderes políticos que gozan de altos niveles de legitimidad.

Aunque el hecho de que la gira no se haya cancelado en medio de las crisis en Japón y Libia sirve para reafirmar la importancia de la región para Estados Unidos, no hay duda de que ha sido opacada por ellas. La decisión del gobierno de Brasil de abstenerse de votar a favor de la Resolución 1973 del Consejo de Seguridad de la ONU, que autoriza el uso de la fuerza para proteger a la población civil en Libia, hizo aún más atípico el encuentro entre Obama y Dilma Rousseff.

Los reparos esbozados por Brasil, al igual que los de Alemania e India —los otros dos miembros no permanentes que se abstuvieron— apuntan al problema de legitimidad que enfrentan intervenciones coercitivas como ésta. No hay duda sobre la legalidad de la decisión de la ONU, pero varios factores pueden comprometer su legitimidad, entre ellos la falta de apoyo unánime de la comunidad internacional, el conflicto de intereses entre los miembros de la coalición interventora, los daños infligidos a los civiles y el desenlace final de la intervención.

La historia reciente sugiere que una intervención militar para mejorar el bienestar humanitario o defender derechos políticos tiene serias limitaciones. En el caso de Irak, por ejemplo, la imposición de una zona de no vuelo no sólo produjo la muerte de centenas de civiles, sino que no debilitó a Sadam Hussein. Ante la severidad de los ataques aéreos realizados hasta ahora en Libia, la Liga Árabe ha comenzado a criticar los peligros de las medidas así como sus objetivos reales. En la medida en que los países occidentales no convenzan al resto del mundo que sus acciones se basan sobre todo en motivos humanitarios y no intereses estratégicos, la legitimidad de la operación militar en Libia también puede verse comprometida.

Además de la diversidad de intereses de los países interventores, la cual dificulta el consenso —sobre todo ante la renuencia (positiva) de Estados Unidos de liderar la intervención—, el desconocimiento sobre la realidad política en Libia impide controlar su desenlace local. Mientras que es imposible predecir la reacción de Gadafi, también es poco lo que se sabe de los rebeldes, de sus planes de unificarse con el oeste (controlado por el dictador) y de su compromiso real con la democracia.

Siendo esta una decisión en la que Colombia participó como miembro del Consejo de Seguridad —y aunque tal vez preferiríamos pensar en la gira de Obama—, no nos puede ser indiferente lo que ocurre en Libia ni los argumentos esgrimidos por la delegación colombiana para apoyar la intervención militar.

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