"Obama Can Walk and Chew Gum at the Same Time"

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“Obama puede caminar y masticar chicle al mismo tiempo”

Carta de Washington

El presidente Barack Obama regresó de su viaje por países de Latinoamérica prácticamente con las manos vacías, sin resultados concretos, porque tampoco llevó nada qué ofrecer. Pero eso sí, con la mente llena de problemas y enfocada no en asuntos del hemisferio, sino en los bombardeos que ordenó en Libia, la crisis nuclear en Japón y la amenaza en Washington de que por falta de presupuesto el gobierno federal podría dejar de funcionar.

En otras palabras, su gira por Brasil, Chile y El Salvador se vio totalmente opacada por acontecimientos muy lejos de las naciones que visitó, donde el mandatario pasó gran parte del tiempo siguiendo a la distancia esos eventos por los que, muchos aquí pensaban, debió haber cancelado o pospuesto su gira.

Pero no había necesidad, ha dicho el director de Comunicación de la Casa Blanca, Dan Pfeiffer: “la gente sabe que el presidente puede caminar y masticar chicle al mismo tiempo”.

Y ojalá así sea y que esa habilidad de algo le sirva porque ahora sí que el mandatario no le da gusto a nadie. Por semanas republicanos y conservadores lo vinieron criticando fuertemente por no intervenir en Libia y no frenar los ataques de Muamar Gadafi contra su propia gente, y ahora que lo hizo se le acusa de haber iniciado una nueva guerra en la que el papel estadunidense no es claro, como tampoco lo son sus objetivos.

El presidente, argumentan sus críticos, utilizó un mensaje de audio grabado en Brasil en un sábado para anunciar la intervención del Pentágono en la guerra civil de otro país sin tomar en cuenta ni solicitar autorización al Congreso, y mucho menos a la opinión pública. En eso, dicen sus oponentes, resultó peor que George W. Bush, quien cuando menos pidió permiso antes de utilizar la fuerza.

Para otros, el problema de que Obama haya ordenado el bombardeo es la falta de definición y objetivos, ya que si bien por una parte la secretaria de Estado, Hillary Clinton, ha insistido en que Washington no encabeza la coalición contra Gadafi, el jefe del Estado Mayor, Bill Gortney, afirmó que Estados Unidos está al frente de la operación.

Al mismo tiempo, el mismo Obama ha dicho que el líder libio “tiene que irse”, pero la Casa Blanca ha dejado claro que el fin no es matarlo y que tampoco están ahí para ayudar a los grupos rebeldes.

En resumen, nadie en Washington entiende exactamente de qué se trata la participación estadunidense, lo que sí es claro es que Obama se vio ante la disyuntiva de intervenir en otra nación musulmana, cosa a la que según los expertos el presidente se negaba, o dar la impresión de que ignoró el ataque indiscriminado de las tropas de Gadafi contra civiles inocentes.

Pero la orden de bombardear Libia no sólo tiene enfurecidos a los republicanos porque no les pidió opinión, aunque eran ellos los que le criticaban no hacerlo, sino también ha enojado a sus seguidores, sobre todo aquellos que votaron por Obama convencidos por su promesa de terminar la guerra en Irak.

Pero en Irak siguen casi sesenta mil tropas, a la vez que el combate en Afganistán, Obama lo arreció y acrecentó y ahora inicia una nueva guerra que nadie sabe cuándo, cómo o con qué consecuencias terminará.

Asimismo, el mandatario se enfrenta a las críticas del costo de esta nueva batalla. Por un lado está el aspecto humano, ya que se teme que muchos civiles podrían ser blanco equivocado o por error, despertando nuevos sentimientos contra los Estados Unidos, precisamente en momentos en que Washington intenta congraciarse con los musulmanes y el mundo árabe en general.

Por otra está el tema financiero. El secretario de Defensa, Robert Gates, había dejado claro que el Pentágono no tenía la capacidad suficiente ni los medios, ni personal, para involucrarse en un tercer conflicto. Pero aún así la orden se dio y la operación se inició en momentos en que la invasión a Afganistán cuesta en promedio un millón de dólares al año por soldado, y cuando en los Estados Unidos el gobierno está cortando servicios básicos y empleos por falta de dinero.

Chicle o no, el presidente regresó horas antes de lo previsto, pero no para analizar su viaje, sino para enfrentarse a la pregunta sobre la que exigen respuesta aquí y en el resto del mundo: ¿Por qué intervenir en Libia pero permanecer indiferente y con los brazos cruzados ante la masacre que acontece en Yemen y la violencia que se vive en Bahréin?

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