El discurso de Obama
La visita del Presidente Barack Obama podría servir de punto de partida para una renovación de las relaciones de Estados Unidos con América Latina, en un cuadro de nuevas realidades y mediante alianzas de igualdad y responsabilidad compartida, sobre la base de intereses y respeto mutuo, junto a valores comunes. En ese contexto, distinguió a Chile como testimonio de progreso y lo escogió como escenario para su Discurso de Santiago, dirigido a toda la región.
El Presidente Obama ha mostrado entusiasmo y visión de futuro por los positivos cambios que exhibe Latinoamérica, donde prevalecen la democracia, la paz, un crecimiento sostenido, mayor autonomía y el interés de participar con vínculos más equilibrados de los avances estadounidenses para aliviar las carencias y aprovechar las potencialidades regionales.
Frente a la involución democrática y el estancamiento en algunos países de Centro y Sudamérica, el Presidente Obama hizo un gesto de reconocimiento a Chile y a su pueblo por su transición pacífica para el restablecimiento de la democracia y por los progresos institucionales, sociales y económicos, en un cuadro de valores compartidos en cuanto a libertades políticas y económicas.
Algo similar realizó en 2009, al transmitir su visión sobre África desde Ghana, nación que exhibe avances en las libertades políticas y alto crecimiento.
La elección de nuestra capital para plantear su mensaje regional tiene el significado de asumir la realidad de que, sin perjuicio del evidente mayor peso de Brasil y de su relación de vecindad con México, nuestra región está constituida por una multiplicidad de otros países de menor tamaño relativo, hispanohablantes, caracterizados por realidades muy diferentes entre sí, que también aspiran a la posibilidad de una interlocución real y eficaz con las autoridades de EE.UU., para cooperar en el combate contra el narcotráfico, el terrorismo y el crimen transnacional organizado; para sumar esfuerzos en el desarrollo económico con miras a erradicar la extrema pobreza y reducir desigualdades; para reformar las leyes sobre inmigración; para avanzar en la creación de trabajos con energías limpias y para fortalecer las instituciones públicas y los derechos ciudadanos.
Obama está consciente de que las palabras no bastan. Así lo expresó en El Cairo con ocasión de su discurso sobre “un nuevo comienzo en las relaciones con el mundo musulmán”. Por eso mismo, habrá que esperar para evaluar cómo el Departamento de Estado y las demás agencias estadounidenses conducirán en el futuro sus entendimientos con América Latina; las consultas que realicen para abordar intereses comunes; el apoyo que se preste a legítimas aspiraciones y empresas compartidas; la revisión a sus políticas migratorias y para combatir el narcotráfico; el respeto que se brinde a decisiones autónomas y soberanas de los países de la región; la necesidad de que los acuerdos para actuar en conjunto con Brasil no sean excluyentes de aquellos que es necesario alcanzar también con las demás naciones del hemisferio, y, en fin, el cumplimiento que se les dé a las promesas de relaciones equilibradas.
Son éstas preguntas abiertas, cuya respuesta se- rá decisiva para la etapa que viene entre Estados Unidos y América Latina y para que su Discurso de Santiago y la declaración conjunta suscrita con el Presidente Piñera sean efectivamente un hito marcador del inicio de un capítulo distinto.
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