Carter, Democracy and the Peanut

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Aterrizó en nuestra isla justo antes de que empezara este abril sin lluvias y se agotara un marzo gris, igual de seco. Vestido con una guayabera blanca, descendió de las escalerillas del avión Jimmy Carter, quien a finales de los años setenta había sido tratado en la prensa oficial cubana con los mismos epítetos negativos que sufrieron los anteriores presidentes norteamericanos. La propaganda gubernamental se cebaba por aquel entonces en él, mientras en las escuelas los niños aprendíamos a gritar nuestras primeras consignas antiimperialistas pensando en su rostro de ojitos azules. El periódico Granma llegó a burlarse de su origen como productor y negociante de cacahuetes, llamándolo el manisero, nombre que damos aquí a quienes pregonan y venden -en las calles de pueblos y ciudades- ese fruto seco.

Pero no solo se le propinaban agravios y caricaturas denigrantes al inquilino de la Casa Blanca. En 1980 la explosión migratoria del puerto de El Mariel lanzó sobre su territorio a más de 100.000 de nuestros compatriotas, entre los que había presos sacados a todo correr de las cárceles y enfermos mentales de varios manicomios. Carter no pudo sostener la presión de tal avalancha y se vio obligado a cerrar la acogida de esos desesperados inmigrantes que llegaban apenas con la ropa que tenían sobre sus cuerpos. Fue una batalla ganada por Fidel Castro, quien desde la tribuna vociferaba: “¡Que se vaya la escoria, que se vaya!”, enmascarando el extremismo ideológico bajo la desenfadada pose de la euforia revolucionaria. En aquellos días tristes nacieron también los llamados “mítines de repudio”, en los cuales las turbas desenfrenadas escupían, apedreaban, arrojaban huevos o excrementos a “los infames traidores” que no querían seguir esperando por el prometido paraíso socialista.

Jimmy Carter no fue reelegido presidente, algunos afirman, entre otros motivos por su desacertada actuación durante aquella crisis migratoria. Le sucedió entonces Ronald Reagan, cuyo rostro de actor de Hollywood venido a menos se convirtió en la nueva imagen a injuriar en la prensa cubana. El manisero fundó en 1982 el Centro Carter de la Universidad de Emory, se concentró en su labor de mediador y observador de procesos de paz, llegando incluso a ganar, 20 años después, el Premio Nobel de la Paz.

En un giro nunca antes experimentado, nuestros periódicos oficialistas cambiaron bruscamente la manera de referirse al excomandante de las fuerzas armadas de Estados Unidos. Pasó a ser sencillamente el señor Carter y para cuando visitó nuestro país en 2002, los locutores lo presentaron simplemente como un amigo personal del Máximo Líder. Aquellos niños -ya crecidos- que una vez lo habíamos insultado en el matutino de las escuelas estábamos confundidos con la alfombra roja desplegada en el aeropuerto a la llegada de quien una vez había sido nuestro mayor enemigo.

En esa oportunidad Carter se encontró no solamente con figuras del Gobierno, sino que escuchó opiniones y denuncias de los grupos opositores, satanizados e ilegalizados por las autoridades. Fue justamente en una conferencia en el aula magna de la Universidad de La Habana donde el otrora gobernador de Georgia mencionó por primera vez, ante las cámaras de la televisión nacional, el nombre del Proyecto Varela que, impulsado por Osvaldo Payá, proponía un plebiscito para transformar la Constitución y permitir la libertad de expresión y asociación. Después el visitante regresó a su casa y en apenas unos meses, a lo largo de nuestro país una secuencia de detenciones conocida como la Primavera Negra derivó en largas condenas de cárcel contra 75 disidentes y periodistas independientes, especialmente entre las filas de quienes recogían firmas para lograr esa consulta popular a la que Carter se había referido.

Tuvieron que pasar casi nueve años para que volviera a esta isla que ya le había dado tantos dolores de cabeza. Jimmy Carter habló la pasada semana con Raúl Castro, con su canciller y hasta tuvo un aparte con varias voces de la incipiente sociedad civil cubana, las Damas de Blanco y varios antiguos presos políticos. Se refirió en el canal televisivo más importante de nuestro país a la necesidad de libertad de expresión, de asociación y de viaje para que los cubanos puedan moverse dentro y fuera de su propio territorio nacional. También lanzó algunos halagos al Gobierno raulista, pero sonaban más a formalidades diplomáticas que a verdaderos puntos de consenso.

Antes de irse, varios disidentes y blogueros alternativos le regalamos una colección de productos populares hechos a partir del cacahuete. “Este es el único renglón comercial que nunca ha estado en manos estatales”, le dijimos y el veterano de mil batallas políticas sonrió. Su avión despegó, la isla parecía ese miércoles idéntica a como la había encontrado 72 horas antes, pero algo pequeño y minúsculo había cambiado. Tan imperceptible como un cacahuete y tan profundamente ciudadano como esos cucuruchos de granos salados que ahora mismo alguien pregona por las calles de nuestro país.

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