Currents of the Arab Revolution

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CADA Estado árabe tiene sus propias características, y su evolución seguramente será diferente. En última instancia, un hecho histórico es único e irrepetible. Pero la filosofía de la historia busca en ellos algún elemento básico que permita ubicarlos dentro de procesos seculares y así percibir tendencias de largo plazo. Me parece evidente que, cuando en pocos meses surgen movimientos populares en cada vez más países cuyas formas de gobierno, alineaciones internacionales y recursos económicos son muy diferentes, algún ingrediente de la mezcla explosiva debe buscarse en un fenómeno más profundo y perdurable.

En el año lectivo 1960-61, el historiador y filósofo de la historia Arnold Toynbee dio tres conferencias en la Universidad de Pensilvania. Emecé las publicó en castellano con el título de Los Estados Unidos y la revolución mundial. Pronunciadas en el contexto de la Guerra Fría, hoy pueden echar alguna luz sobre la posición de Estados Unidos con respecto a las rebeliones que están alterando el mundo árabe.

El 19 de abril de 1775, sobre el puente de Concord, en Massachusetts, se libró el primer combate de la guerra de la independencia estadounidense. Recordando ese episodio, Emerson acuñó una frase que Toynbee cita como basamento de sus reflexiones posteriores: “Un disparo que se oyó alrededor del mundo”.

Ese disparo, dice Toynbee, se desplazó alrededor del planeta: “Se lo oyó en Francia antes de que terminara el siglo XVIII; en la América española y en Grecia a principios del siglo XIX. En 1848, el estampido retumbó en toda la Europa continental. En 1871, tornó a oírse en París, y esta vez la respuesta que dio París fue la Comuna. En su viaje hacia el Este, desencadenó la revolución rusa de 1905, la revolución persa de 1906, la revolución turca de 1908. En esa época ya había hecho nacer a los padres fundadores del Congreso Nacional Indio […]. El Movimiento del Congreso Indio fue el padre de todos los movimientos de independencia […] en todos los países asiáticos y africanos […] que se hallaban bajo el gobierno de potencias coloniales […].”

El eco de aquel disparo siguió produciendo terremotos sociales: en México, en 1910; en China, en 1911; en Rusia, en 1917; en Turquía, en 1919; en China, nuevamente, en 1948; en Cuba, en 1959. Es evidente que muchos de estos movimientos fracasaron y dieron lugar a regímenes que tergiversaron los objetivos iniciales. El hilo conductor que Toynbee ve en ellos, sin embargo, es el afán de los pueblos en busca de mayor dignidad, libertad e igualdad. Afán en pueblos que empezaron a despertar al oír el eco de aquél combate ocurrido en 1775, en el siglo que vio nacer la Revolución Industrial. Hasta esa época, la productividad en el mundo era tan baja que sólo una pequeñísima minoría podía beneficiarse con la producción que excedía la mera subsistencia. La desigualdad era inevitable. A partir de la esa revolución productiva, la transformación de las sociedades hacia estadios de mayor libertad e igualdad se hizo posible. Pero la naturaleza de la revolución mundial es espiritual. “La fuerza que está detrás de la revolución norteamericana es el espíritu del cristianismo. Aquella detonación es la voz de Dios que habla no sólo a través de todas las religiones históricas que predicaron sus evangelios a todo el mundo y que, entre todas, llegaron casi a todo el género humano.”

Toynbee expresó su consternación porque Estados Unidos, después de liderar la revolución mundial en los siglos XVIII y XIX, en el XX había cedido la antorcha a Rusia, la potencia archiconservadora de los períodos anteriores.

A mi juicio, Estados Unidos ha cambiado nuevamente su papel y ha resuelto apoyar esa revolución. El discurso pronunciado por Barack Obama en El Cairo el 4 de junio de 2009 lo prenunció. Pero su actitud no es sólo la de un líder o de un partido. Hasta la intervención militar en Irak, plagada de motivaciones espurias, también logró apoyo en la sociedad estadounidense por la creencia ingenua de que a la caída de una monstruosa tiranía seguiría naturalmente la instauración de un sistema democrático, como en Alemania occidental después de 1945.

Como ocurrió con la revolución mundial, habrá fracasos y frustraciones. Y Estados Unidos, como otros actores, cometerá errores. Probablemente, veamos ambigüedades debidas a consideraciones prácticas. Pero el eco del combate de Concord ha sido oído en el mundo árabe, y Estados Unidos parece dispuesto a apoyar las demandas de los pueblos.

No sé si Obama leyó a Toynbee. Pero su discurso en El Cairo, luego de propugnar “un mundo donde los gobiernos sirvan a sus pueblos y los derechos de todos los hijos de Dios sean respetados” termina con citas del Corán, del Talmud y del Sermón de la Montaña. Su invocación de Dios coincide con la interpretación del historiador inglés de que el terreno de todo el planeta ha sido sembrado en ese sentido por las religiones superiores. En la frase final de su alocución, Obama convoca a trabajar para hacer germinar esa semilla. © La Nacion

El autor es director de la oficina argentina del Center for Strategic & International Studies

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