The Bolivarian Threat to U.S. "Security"

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Con su ataque a Libia, la política imperialista de Estados Unidos pretende imponer lo que su gobierno, sus fuerzas armadas y sus compañías transnacionales denominan el Proyecto del Nuevo Siglo (Norte) americano, cuya base de sustentación es el fundamentalismo de mercado, traducido en una mayor expansión capitalista y en el control directo y absoluto de las principales fuentes energéticas mundiales existentes.

Para alcanzar dicho objetivo, los diferentes gobiernos estadounidenses estuvieron anticipando la situación futura de su país, primero, enfrentando a su par imperialista, la Unión Soviética, y, luego de su implosión, enfrentando la acción de aquellos gobiernos nacionalistas que se mostraran demasiado independientes y opuestos a las directrices emanadas de Washington. Ello permitió que se fraguara el intervencionismo yanqui, encubierto o no, contra todo lo que pudiera representar una amenaza, por sutil que fuera, a sus intereses económicos y geopolíticos. De manera tal que la mano imperialista de Estados Unidos armó la guerrilla de la “contra” en Nicaragua para evitar la influencia ideológica del sandinismo a toda América Central; apoyó, económica y militarmente al gobierno ultraderechista de El Salvador, invadió a Grenada, Panamá, Haití, Afganistán e Iraq, y terminó por implementar y financiar el Plan Colombia con la supuesta meta de “erradicar el narcotráfico, fomentar un desarrollo económico alternativo a la producción de coca y amapola, y fortalecer las instituciones democráticas colombianas”.

Estas acciones han sido rediseñadas en función de la Visión Conjunta 2020, en la cual se visualiza el poderío militar gringo como una fuerza conjunta capaz de conseguir la dominación del mundo entero, pasando por cualquier consideración legal. Responde, por consiguiente, a una reorganización global, propuesta y ejecutada por el Pentágono, cuyo impulso inicial estuvo en George Bush padre al proclamar la instauración de un Nuevo Orden Mundial bajo la tutoría indiscutida de Estados Unidos. Todo ello terminó por establecer la guerra preventiva como la primera opción de la doctrina militar yanqui; cuestión que fuera justificada con los atentados del 11 de septiembre de 2001. Para este momento, el petróleo se convierte en el catalizador del nuevo guerrerismo norteamericano que apela a la lucha contra un Eje del Mal universal, cuya amenaza se dirige contra toda la “comunidad internacional”. Eje que es definido y localizado unilateral y caprichosamente por Estados Unidos, metiendo en un mismo saco a gobiernos tildados de tiranos por el simple hecho de no observar obediencia o acatamiento al coloso anglosajón, entre ellos, Siria, Irán, Corea del Norte, Cuba, Venezuela y, más recientemente, Libia, mientras ignora los desmanes nada democráticos del Estado genocida de Israel, Arabia Saudita o Pakistán.

Por lo tanto, no debe causar ninguna extrañeza el hecho cierto que a la administración ultraconservadora de Estados Unidos le preocupe sobremanera la revolución bolivariana. Para sus halcones petro-militaristas, la revolución bolivariana constituye un factor de perturbación en la región, especialmente cuando fomenta la instauración de un nuevo orden internacional multipolar, democrático solidario y respetuoso de la autodeterminación de los pueblos. Perturbación que nace de la confrontación ideológica inevitable al ampliarse en Venezuela el concepto de democracia, al establecer constitucionalmente la participación protagónica a los sectores populares excluidos. Algo que contraviene las metas de la Visión Conjunta 2.020, ya que atentaría contra la pretensión estadounidense de ejercer su autoridad imperial absoluta sobre nuestra América y el resto del mundo.

Por ello, a Hugo Chávez se le ha estigmatizado hasta la saciedad en los círculos de poder estadounidenses, buscando implantar una matriz de opinión favorable a la intervención directa de sus tropas en suelo venezolano. Sin embargo, es posible que dicha opción, aunque no se descarte del todo, continúe postergada, esperando la oportunidad para ponerla en acción, como podría ser un impasse con Colombia o el llamado de auxilio de los sectores “democráticos” de la disminuida, pero no desaparecida, oposición. Esto debiera manejarlo con tacto y determinación el Presidente Chávez, las Fuerzas Armadas Nacionales, los sectores revolucionarios organizados y el pueblo mismo, a fin de contrarrestar los amagos que destila Washington de vez en cuando. Sin duda, atendiendo a los lineamientos generales contemplados en la Visión Conjunta 2.020, perfilados en el Plan Balboa diseñado por los estrategas de la OTAN, la revolución bolivariana es una amenaza para la “seguridad” de Estados Unidos; por lo tanto sus impulsores deben emprender, desde ya, la estrategia antiimperialista a seguir, de sostenerse la misma situación conflictiva con el régimen estadounidense.

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