Empieza la campaña para la elección presidencial del 2012 reviviendo una disputa por la nación, que tiene profundas raíces históricas.
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Los republicanos volverán con la vieja cantaleta de la adicción de demócrata a impuestos y gastos.
En un momento en el que la recuperación económica del país sigue siendo frágil y la tasa de desempleo apenas disminuye, el presidente Barack Obama ha tomado una decisión políticamente arriesgada. Desoyendo la exigencia de la izquierda, en vez de crear un nuevo programa de estímulo para continuar reactivando la economía y reducir la tasa de desempleo, Obama se ha lanzado a la arena política con un atrevido plan para lidiar con el colosal déficit presupuestal del país.
La decisión es arriesgada, porque los programas de austeridad no son nunca populares ni reducen el desempleo. Pero el déficit presupuestal es tan grave que si el gobierno no logra restablecer la credibilidad fiscal del país bien podría enfrentar el tipo de crisis de adeudamiento que hoy agobia a Irlanda, Grecia, Portugal y España. Para resolver el problema, demócratas y republicanos han presentado proyectos que acentúan las abismales diferencias filosóficas de sus respectivas visiones reviviendo una disputa por la nación que tiene profundas raíces históricas.
El plan de los republicanos se basa en la radical propuesta del representante por Wisconsin, Paul D. Ryan, que plantea, entre otras cosas, la desaparición del programa del cuidado de la salud para las personas mayores de 65 años de edad, llamado Medicare e instituido por Lyndon Johnson en 1965. Así como del programa Medicaid, que asiste a los pobres y a los discapacitados.
Para terminar con la subvención del gobierno al Medicare, Ryan propone que a los beneficiarios se les dé cierta cantidad de dinero para que puedan comprar un seguro de salud, y como sabe que el monto fijado sería insuficiente para pagar el gasto, propone que sean los propios ancianos quienes paguen la diferencia. Un desembolso que, según auditores independientes, solo una de cada cinco personas retiradas podría hacer.
Apegado al credo republicano de no aumentar impuestos, Ryan exige que se mantenga intacto el recorte de los impuestos a los ricos que George W. Bush impuso y hoy continúan vigentes. También pide que se reduzca de 35% a 25% el porcentaje que tienen que pagar los millonarios y las corporaciones para que se creen más empresas.
Lo mismo dijeron Ronald Reagan y Bush hijo al pregonar las bondades del famoso “goteo” (trickle-down). Un “goteo” que nunca ha servido ni para estimular el crecimiento económico ni para nada más que para enriquecer más a los muy ricos.
Obama también propone disminuir el costo del Medicare, pero sin desmantelarlo, sino reduciendo costos, evitando el desperdicio y utilizando el enorme poder de compra del gobierno para obtener descuentos de fabricantes de medicinas. Una práctica común que el gobierno tiene vedada porque hay una ley que se lo impide. Obama admite que la reducción del déficit requerirá incrementar los impuestos, limitar las deducciones del 2% de los contribuyentes y dejar que expiren los recortes a quienes ganan más de 250.000 dólares al año. También ha propuesto recortes de partidas discrecionales y del presupuesto de la defensa. Una propuesta que en un momento en el que el país pelea en tres frentes de guerra tiene enormes riesgos políticos.
De cara a la elección presidencial del 2012, es evidente que los republicanos volverán a entonar la vieja cantaleta de la adicción de los demócratas a los impuestos y al gasto. La apuesta de Obama es apelar a su base y a la clase media que forma el centro independiente denunciando con vigor el contubernio que existe entre los republicanos y ese 1% de la población que controla la tercera parte de la riqueza del país y que entre 1979 y 2007 aumentó sus ingresos de un 13 a un 123%, mientras el gobierno le reducía su pago de impuestos entre un 20 y un 30%.
¿A quién preferiría usted?
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