El viernes, en Washington, se realizará un nuevo intento por sintonizar las acciones de México y Estados Unidos en la lucha que ambos países sostienen contra las bandas del crimen organizado. Sería exagerado sostener que cada nación tiene un rumbo diferente, pues hay puntos de encuentro, pero lo cierto es que hay dos ópticas distintas y que cada uno vive el fenómeno a su manera. La prueba irrefutable de la divergencia la encontramos en el hecho de que ciudades fronterizas como Ciudad Juárez y El Paso, separadas por unos cuantos metros, viven condiciones de seguridad diametralmente diferentes. Mientras que la ciudad mexicana es una de las más peligrosas del continente, la americana es de las más seguras de su país. Esto a pesar de que integrantes de los mismos grupos delictivos operan en ambos lados del Río Bravo.
¿Qué quieren los americanos? Su objetivo es tener una frontera segura. Evitar a toda costa que grupos terroristas se metan a su territorio para realizar actos contra la población estadunidense. Ellos están en la lucha contra el terrorismo y, para cuidar mejor su frontera sur, desean asumir el control directo de la estrategia y las acciones del gobierno mexicano en materia de seguridad. Su propósito central no es detener el tráfico de drogas, ni siquiera parar en seco la migración; lo que buscan es asumir el control del proceso para regular estos tráficos, me refiero al de droga y al de personas, según convenga a sus intereses y necesidades.
Como la crisis de seguridad en territorio mexicano se agudiza, hay en EU una preocupación natural de que la violencia se desborde y las bandas de delincuentes trasladen sus disputas sangrientas a las calles de los condados norteamericanos. Por eso desconcierta que no emprendan de manera decidida acciones que ayudarían a bajar el nivel de violencia, como detener el tráfico de armas de alto poder, de armas, bajar el consumo para achicar el mercado y combatir el lavado de dinero. Se limitan a criticarnos, a descalificar a las fuerzas armadas y a emitir alertas de viaje para que sus ciudadanos lo piensen dos veces antes de meterse a territorio mexicano.
¿Qué quiere México? Restablecer el Estado de derecho en todo el territorio nacional, que no haya zonas donde los delincuentes le disputen la hegemonía del poder al gobierno, y disminuir los niveles de violencia. Lo que se busca es evitar que crezca y se consolide la tesis del Estado fallido, para lo cual es indispensable desmembrar a los cárteles más grandes, como el del Pacífico, el del Golfo y Los Zetas, que desafían de manera cotidiana el poder formal del gobierno federal. Por desgracia, no parece haber avances significativos. La violencia no cede, la sensación de peligro entre los ciudadanos se agudiza y el consumo de drogas entre la población mexicana, lejos de disminuir, aumenta.
¿Podemos sintonizarnos? Más nos vale. Hay enormes campos de oportunidad que prácticamente no se han tocado y que no tienen relación directa con el aspecto policiaco del problema. Ambos países pudieran, por ejemplo, emprender una cruzada común contra el consumo de drogas. Los dos podrían trabajar juntos en la detección de operaciones financieras sospechosas de usar dinero sucio, y también se podría hacer un nuevo programa de vigilancia fronterizo. Para no hablar de comunicación permanente con los países del continente en los que se produce la droga y aquellos, en la región de América Central, que les sirven a los narcos de lugar de acampar y adquirir pertrechos.
Lo malo es que la voluntad de trabajar juntos es más débil que las suspicacias y resentimientos. El caso patético de la Iniciativa Mérida es por demás ilustrativo. Esta iniciativa avanza a paso de tortuga, sus progresos son realmente imperceptibles. Los americanos etiquetan la ayuda a aspectos como los derechos humanos y el acceso a información de inteligencia. Por eso la ayuda llega a cuentagotas y se hace la gran alharaca cuando llega un helicóptero. A ninguno de los dos países le conviene que la frontera común, una de las más grandes del mundo, sea tierra de nadie, con bandas de pistoleros imponiendo su ley y dirimiendo sus diferencias a sangre y fuego. A río revuelto, ganancia de terroristas y sicarios.
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