Barack Obama's "Hasta la Vista, Baby!" to bin Laden

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La última vez que supe de Osama Bin Laden, fue mientras un reducido grupo de enviados especiales correteábamos irresponsablemente por las faldas de las montañas de Tora Bora. La posibilidad de ganar la exclusiva de su captura, combinada con un considerable grado de inconsciencia colectiva, nos empujó durante varios días a ir tras la pista del líder de Al Qaeda por las escarpadas laderas de una montaña que, al final, sería su último refugio y su ruta de escapatoria.

La convicción de que seríamos testigos de esa captura llevó a algunos a montar guardia permanente. Como por ejemplo, el enviado de la AFP, que se plantó con una tienda de campaña, soportando los rigores de un crudo invierno, los bombardeos nocturnos y el continuo trasiego de los comandos mujaidines que le hacían el trabajo sucio a la CIA.

En esos días de competencia encarnizada por la exclusiva de la captura, aún recuerdo el aterrizaje del helicóptero de la FOX news en un claro de pastizales que dominaban la grandiosa silueta de Tora Bora, con el equipo necesario y los enviados especiales que llegaban los primeros a todas partes.

La creación de comandos aéreos especiales de la FOX, con capacidad de desplazarse en tiempo record, marcaría el punto de inflexión en la competencia con la CNN, hasta ese momento, la dueña del monopolio en la cobertura informativa.

En ese contexto de feroz competencia, de lucha contra el reloj y de súbitos cambios de temperatura y rumores disparatados, aún recuerdo las agotadoras jornadas que arrancaban en horas de la madrugada para todos aquellos que preferíamos descansar al final de cada jornada en las abarrotadas habitaciones del Hotel Spinghar, de Jalalabad, a unas tres horas de Tora Bora.

Tras la lluvia de bombardeos que sembraba Estados Unidos durante la noche, la cacería de Osama Bin Laden se reanudaba por la mañana. Entre los socavones, los árboles arrancados de cuajo y los restos de ropa, carne y hueso que dejaban tras de sí las famosas cortamargaritas –unas bombas que al estallar despiden pedazos de metal candente que lo cortan y penetran todo a su paso–, los desaprensivos enviados especiales corríamos detrás de unos mujaidines tan desbrujulados y desorganizados como nosotros.

Fue durante una de esas noches de retorno y recogimiento, en la pequeña habitación que compartía en Jalalabad con Enrique Serbeto, el enviado del ABC de España, que nos enteramos de una noticia que marcaría un antes y un después en la cobertura.

Según la versión recabada y confirmada por varios lugareños, poco antes de escapar de Jalalabad, Osama Bin Laden había sido atendido por un médico. Un grave problema de riñones lo había detenido durante varios días en esa localidad antes de emprender su salida hacia Tora Bora. Unos días más tarde, el terrorista más buscado por Estados Unidos, el responsable de los atentados del 11 de septiembre del 2001, se les escapaba por los pelos a los comandos de mujaidines y a los agentes de la CIA que le pisaban los talones.

Pero, ya desde entonces, habían varias cosas que nos intrigaban mucho a quienes subíamos todos los días por las laderas de Tora Bora. Cada vez que nos adentrábamos por el terreno dominado por Bin Laden, junto a los restos de la destrucción cotidiana, nos topábamos con los restos de productos alimenticios frescos como miel, fruta o comida enlatada.

En pocas palabras, los combatientes de Bin Laden bajaban de noche al pueblo más cercano a la montaña de Tora Bora para pertrecharse de suministros, confundidos entre los comandos de mujaidines que supuestamente les daban caza.

Un segundo elemento que nos desconcertaba, era la aparente incompetencia de los comandos mujaidines que perseguían a Bin Laden, pero sin demasiada entrega y convicción. Y cuando llegaron los primeros comandos de la CIA a la zona, dotados de poderosas cuatrimotos y armamento ligero, la pista de Bin Laden se había perdido.

La convicción de que Bin Laden se le había escapado al ejército de Estados Unidos, para buscar refugio seguro en el vecino Pakistán, marcó así el fin de una ofensiva y de una cobertura en la que muchos salimos de Afganistán enfermos, heridos, con varios kilos de menos, con una barba de varios centímetros y esa sensación de haber perseguido a un fantasma durante todo el tiempo.

Quizá por ello, cuando casi al filo de la medianoche del domingo el presidente Barack Obama confirmó la muerte de Bin Laden, el final de lo que había sido una cobertura incompleta en aquel invierno del 2001, cerró su ciclo casi diez años más tarde para algunos de nosotros.

La decisión de ejecutar de un tiro en la cabeza al líder de Al Qaeda y arrojarlo al mar ha demostrado no sólo la resolución y la urgencia de Estados Unidos por decapitar el liderazgo de una organización que se ha extendido por países como Yemen, Somalia o Afganistán.

Además, ha demostrado la urgente necesidad de la administración Obama de lanzar un histórico “Hasta la vista Baby” a Osama Bin Laden para tratar de deshacerse de un fantasma, de una leyenda negra que ha alimentado las peores pesadillas de Estados Unidos durante la última década.

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