En el periodismo una “bomba noticiosa” es la que irrumpe de repente -sin que nadie la espere- y colma el interés de todos los medios de comunicación alrededor del mundo. Fue lo que ocurrió el domingo pasado cuando se anunció la muerte de Osama Bin Laden, líder del grupo terrorista Al Qaeda.
Primero fue el rumor que condicionó el anuncio de la Casa Blanca, en Washington, y poco más tarde el discurso del presidente de los Estados Unidos, Barak Obama. El jefe de la Casa Blanca expresó “los tenemos”, y se trataba de Osama Bin Laden.
Fue el hombre que lideró el ataque injusto, absurdo y provocador contra las Torres Gemelas, o el Centro de Comercio Mundial, referente desde todos los ángulos de la ciudad de Nueva York.
Miles de millones de dólares en pérdidas materiales absolutamente injustificadas, pero peor aún la muerte violenta de unas tres mil personas. Una ofensa horrible a la población newyorkina y mas aún al pueblo de los Estados Unidos.
Atendiendo a una llamada conecté con CNN que ya transmitía el primer choque del avión de pasajeros contra la torre norte; en el instante vi acercarse el segundo avión y su inmediata explosión. Mi espíritu se sobrecogió así como la certidumbre de que el primer aeroplano no chocó accidentalmente, sino que se trataba de una acción planificada que en ese momento no sabíamos a quien atribuir.
Instantes después asumimos que un hecho como ese sólo podría ser ejecutado por organizaciones musulmanas. Minutos más tarde apareció la versión de que el atentado era una responsabilidad de Al Qaeda y su líder Osama Bin Laden, un personaje de Arabia Saudita que luchó contra los rusos en Afganistán, incitado y entrenado por los servicios de Inteligencia de los Estados Unidos, vale decir la CIA.
Nueva York se sumió en una especie de espanto y temor. Se consideraba que una metrópolis como esa nunca estaría expuesta a una acción tan horrible y que esas exacciones podrían ocurrir en cualquier otro lugar del mundo, pero no allí.
Los controles en los aeropuertos, la permanente vigilancia a los cuadros relacionados con el terrorismo y el temor a horribles reacciones del gobierno norteamericano, parecían razón suficiene para no confiarse. Pero la verdad es la verdad…y no ocurrió así. Ese día todo colapsó, todo se vino abajo.
Desde entonces comenzó la cacería del terrorismo a nivel global, se sacudieron todos los rincones de la tierra y durante diez años nada sucedió.
Al Qaeda se pavoneaba, amenazaba y actuaba, lo mismo que la inteligencia norteamericana. Vino el atentado de aquel marzo contra el metro de Madrid y luego contra el metro de Londres… parecían imbatibles.
La Guerra no se hizo esperar y el presidente Bush en la misma Zona Cero anunció que los responsables serían perseguidos hasta su guarida.
De inmediato anunció acciones en Afganistán, cuna del terrorismo internacional, amén de la Guerra en Irak.
El tiempo transcurrió y Bush se reeligió y terminó. Y, entonces, se presentó Obama con su propuesta de “Change”- cambio, que embrujó a la juventud y al pueblo norteamericano ganando convincentemente la convención demócrata y la Presidencia de ese poderoso país.
El tiempo siguió corriendo y la gente se olvidaba de Bin Laden y del 9-11; se conjeturaba que el presidente Obama era irresoluto, que no actuaba con energía y hasta se puso en duda su nacionalidad y su valor. Parecía que se justificaba el surgimiento del conservadurismo escenificado por el Tea Party.
Hasta que el domingo pasado un comando del sexto grupo de los Seals de la Marina de Guerra irrumpió en una residencia cercana a una base militar en Paquistán y, oh sorpresa, allí estaba despreocupado Osama Bin Laden con su familia. Ahí la historia del cerebro terrorista de septiembre 11, acabó para que se cumpliera el adagio de que al que acechan siempre lo cogen.
Hubo una estruendosa algarabía en el mundo por la muerte de Bin Laden, aunque surgieran discrepancias sobre el cómo. Osama ya no existe y el mundo sigue adelante… Obama le ganó a Osama y a todos sus detractores.
Esa es la Historia.
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