It Took Obama to Hunt Down Osama

<--

Atrás quedó de marras a los gritos de “USA, USA!”. Atrás también el mercadeo de la venganza, con la estampa de la estatua de la Libertad cortándole la cabeza a Bin Laden. Aún quedan vendedores como Keth Bryan, vendiendo a 15 dólares las camisetas (“Hizo falta Obama para cazar a Osama…)., pero lo que hoy se respira en la zona cero es un deseo callado de cerrar el círculo y pasar de hoja.

“¿Cómo vamos a tener paz si seguimos celebrando con júbilo la violencia?”, se pregunta Pamela Gerloff, en un “La Psicología de la Revancha”, una breve pieza de reflexión que está dando mucho que pensar a los americanos.

“Mi deseo más firme es que esto sirva para poner fin a la guerra”, afirma a pie de obra, en la zona cero, el veterano de Vietnam Bill Steyert, que se define a sí mismo como “abuelo por la paz”. “Hoy es un día muy bello y hay razones para estar alegre. Pero cuando pase todo el alboroto, tenemos que presionar a Obama: ha llegado la hora de traer de vuelta a casa los más de 100.000 soldados que tenemos en Afganistán”.

Hollywood Houghton, vestido como el Tío Sam, luce también su mejor sonrisa en el Bajo Manhattan, pero sin ánimo de ofender a nadie: “La visita de Obama va a servir para cerrar las heridas del 11-S. Yo le doy todo el crédito a él, porque ha tenido el valor y la determinación de ir por Bin Laden. Bush debe estar celoso, por eso ha declinado la invitación. Tuvo ocho años para poder cazarlo y ¿qué hizo a cambio? Declarar la guerra a Irak…”.

Los afroamericanos son multitud en el esquinazo de Church Street, donde se han ido congregando los curiosos. Entre ellos, Deanne McDonald, que vino desde Harlem y lleva cuatro días dando botes: “Obama cazó a Osama… Y de paso demostró que tiene lo que hay que tener para ser presidente. Yo nunca lo puse en duda, pero hay una parte del país que no le aceptó por prejuicios racistas. Espero que eso cambie a partir de ahora”.

El gran despliegue policial ha disuadido a los vendedores de camisetas, que corretean por Broadway con sus banderitas y sus “souvernirs”. Aunque el amigo Keth Bryan, que vino desde Washington para la ocasión, tiene la virtud de camelar por igual a los agentes y a los paseantes. Camitetas negras, con la estampa barbuda del finado. Camisetas blancas, con Obama exclamando por el walkie talkie: “¡Lo tenemos!”.

“No estoy traficando con la tragedia”, se excusa Keth. “Como tampoco trafiqué con la elección de Obama. Las camisetas sirven para inmortalizar los momentos históricos, y éste es sin duda uno de ellos. Es también una manera de dar las gracias al presidente… Ya tengo varias ideas para su reelección en el 2012”.

About this publication